Amparo Lasheras Periodista
Escribir desde el olvido
Una de las cosas que más a gusto llevo en mi vida es la amistad que durante muchos años mantuve con Mario Benedetti. Comenzó en 1981 tras una entrevista en una radio estatal con motivo de la publicación de su libro «Viento del exilio». Me gustó su manera de decir los versos y la orgullosa nostalgia con que habló de su país, y también la firmeza y el compromiso con que reivindicó las ideas que lo habían llevado al exilio.
Gracias a mi trabajo, después de aquella conversación vinieron otras muchas. Algunas formales y otras, más informales, en su casa de Madrid, con su mujer Luz, en el piso de la calle Ramos Carrión o en Montevideo, en 1987, al terminar la dictadura militar, en la primera redacción del diario «Brecha». Con él no era necesario ponerse transcendente ni ser una erudita en literatura, en el cine de la nouvelle vague o una nostálgica discípula de Sartre. Simplemente había que sentarse, ser una misma, sentir la presencia de sus libros, escuchar, conversar y entonces las ideas sobre la vida fluían en cada sorbo de café con la intensidad de un texto recién escrito. Benedetti solía contar que antes de que los militares usurparan el Gobierno de Uruguay, uno de los grandes atractivos de Montevideo eran las librerías. Nunca cerraban. Los libros eran el reclamo de la noche, del último boliche abierto, la cita impuntual de los solitarios en una ciudad dormida, inmersa en esa patina decadente que deja la cultura cuando la opulencia se ha ido. En noviembre de 1987, las librerías de la Avenida 18 de Julio habían cambiado. Cerraban a media noche y, aunque guardaban el tiempo de los libros viejos, se las veía más nuevas, habían recuperado la curiosidad por el futuro y los textos de los escritores, encarcelados o perseguidos por los militares, volvieron a su lugar para contar el dolor de la tortura y la desesperanza del exilio. Benedetti fue uno de esos autores. Una mañana, paseando por la Avenida hacia el Boulevard Artigas, recordó la solidaridad y el entusiasmo con que los montevideanos recibieron a los exiliados republicanos al terminar la Guerra Civil. «Las aceras estaban llenas de gente, saludando con el puño en alto». Y entonces continuó hablando del otro exilio, del suyo, del desarraigo, de ese adiós clandestino que no tiene destino y siempre parece eterno. Y todo por querer un Uruguay más justo, por apoyar al movimiento Tupamaro, por luchar contra el militarismo estadounidense, por defender a Cuba, por escribir en un semanario de izquierdas, en «Marcha», clausurado por la dictadura en 1974.
Cuento todo esto, ante todo, porque quiero expresar mi respeto y mi afecto por Benedetti, como poeta, como intelectual y como persona. Pienso que sus ideas, su coherencia y su compromiso valiente con su país y con el tiempo que le tocó vivir deberían ser hoy todo un ejemplo para muchos de los intelectuales que pretenden arreglar el mundo. Es cierto que en 1994 fue una de las voces uruguayas que se alzaron contra la extradición de tres ciudadanos vascos y contra la represión que su Gobierno desencadenó en las calles de Montevideo. Sin embargo, debo reconocer que siempre me dolió un poco su distanciamiento sobre lo que ocurría en Euskal Herria. Todavía hoy me cuesta entender su silencio.
A veces una frase lleva a una reflexión y ésta a una duda, a un pensamiento que no llegamos a entender. Es lo que me ha devuelto el recuerdo de Benedetti y lo que me ha ocurrido al leer la carta que el poeta Juan Gelman escribió a favor del juez Garzón y en contra de su procesamiento en relación con los desaparecidos de la Guerra Civil. «... En la Argentina -escribía- habemos jueces que violan el derecho de gentes, el derecho humanitario internacional, los derechos de los agredidos, la moral y la ética más corrientes, movidos tal vez por viejas complicidades. El juez Garzón no pertenece a esta tribu».
En Euskal Herria resulta duro leer estas palabras en un artículo escrito por un hombre, excelente escritor por cierto, que hizo del oficio de escribir un compromiso inquebrantable. Activista político desde muy joven, militante y portavoz en Europa de una organización armada argentina, con dos hijos asesinados por los militares, se puede afirmar que Gelman es un hombre que lo sabe todo sobre el dolor de la represión, un hombre que todavía se rebela contra la injusticia y el olvido de la barbarie militar, un poeta que un día escribió «se hinchan los ojos con las cobardías de este tiempo/ sentadas en sillas de su olvido...» y que, sin embargo, hoy... cree en la ética de Garzón y le defiende.
Sin duda, existe en el ideario de cada uno un abanico de causas para que Benedetti, Gelman y otros intelectuales, incluido Eduardo Galeano, hagan un lapsus en su crítica al sistema, en su solidaridad y olviden que en esta parte de Europa existe un pueblo sin derechos que lucha por su independencia y contra los desastres del mismo capitalismo que durante décadas ha querido subyugar a sus países. Reconociendo su integridad y su compromiso y siendo merecedores de nuestro respeto a su coherencia, hay que advertirles de su olvido y decirles que la democracia de lo que ellos llaman con cierto eufemismo la «madre patria», la que publica sus libros, sus artículos, alaba su honradez militante y un día acogió sus reivindicaciones y su exilio, posee un lado oscuro en el que se ha construido una trastienda de infamias políticas donde el pensamiento libre se considera peligroso, las ideas un patrimonio caduco y el sometimiento de Euskal Herria una razón de Estado. Como en sus países, en la democracia del Estado español la Policía tortura y los jueces cierran los ojos. Los políticos hacen sus cambalaches para promulgar leyes fascistas y anticonstitucionales y los jueces enmudecen. Se violan los derechos fundamentales de los pactos internacionales deteniendo a dirigentes políticos, a jóvenes por el mero hecho de militar en una organización juvenil, aislando y prolongando las condenas de los presos hasta la cadena perpetua y los jueces, con Garzón a la cabeza, vuelven a callar. Se denuncia el secuestro y la desaparición de militantes independentistas como Jon Anza y la judicatura española da un portazo a la verdad, se acomoda en sus despachos y, mientras los tribunales firman condenas de 18 años de cárcel por fundar o dirigir un periódico, en Euskal Herria los que dicen proteger la democracia trucan las elecciones y conforman un gobierno ilegítimo al gusto del nacionalismo español.
Dicen que las cosas son del color del cristal con que se observa la vida. No sé exactamente bajo qué tonalidad mira Juan Gelman a Euskal Herria y al juez Garzón, con qué matices la contemplaba Benedetti cuando me escribió «vos sos mi amiga, pero no me preguntes sobre la política del País Vasco». ¿El de la distancia, la desinformación, el desconocimiento impuesto de la verdad, la conveniencia editorial...? No lo sé, y quizás tampoco quiero saberlo. Sea el color que sea, desde luego no es el verdadero.
Sin embargo, como vengo insistiendo desde hace tiempo en otros artículos y desde mi modesta opinión como miembro de la izquierda abertzale, mantengo que éste no es tiempo de tristezas colectivas ni de desilusiones o dolores individuales, es tiempo de asumir y entender el pasado y enamorarse del futuro. Como se afirma en el documento «Zutik Euskal Herria», «es la hora del compromiso, es la hora de dar pasos». Y también en el ámbito internacional. Dar pasos firmes y acertados para que hombres y mujeres, colectivos e intelectuales como Juan Gelman rompan su olvido, voluntario o involuntario, y puedan analizar la situación de Euskal Herria desde la perspectiva real y comprender, en profundidad, las reivindicaciones y las propuestas políticas de la izquierda abertzale para la resolución del conflicto. Pasos coherentes y valientes que desmonten las viejas y nuevas patrañas informativas de Madrid y pongan al descubierto la baja calidad democrática del poder judicial, del talante político del Gobierno y, también, del poder legislativo español. Pasos que como pueblo nos abran las puertas principales de la comunidad internacional. Dignidad, razones y derechos no nos faltan. El jueves, en una conferencia celebrada en Orereta, el abogado sudafricano Brian Currin ahondó en este terreno y, además, se mostró optimista, lo cual demuestra que el proceso democrático, propuesto de forma unilateral por la izquierda abertzale en «Zutik Euskal Herria», camina por un futuro posible en el que ya nadie podrá escribir cartas desde el olvido. Entonces, igual que ahora, «Escribo en el olvido» seguirá siendo uno de los poemas de amor más hermosos de Juan Gelman.