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Mosul, siete años en la zona cero

Principal bastión de la insurgencia en Irak, Mosul se muestra ajena a la lenta pero progresiva mejora de la seguridad en el resto de Irak. Serán las elecciones del próximo domingo las que revelen si existe una voluntad real de contar con los árabes suníes en el nuevo marco político de la era post-Saddam. De ello depende el futuro de Mosul, y el de todo el país.

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Karlos ZURUTUZA

En el Irak de antes de 2003 eran habituales los chistes sobre la supuesta tacañería de los habitantes de Mosul. Se trataba del mismo cliché que pesa aún sobre los turcomanos de la vecina Kirkuk y, en general, sobre todo pueblo de fuerte tradición comercial como los judíos, armenios o pastunes. Parada obligada en la Ruta de la Seda, Mosul fue conocida durante siglos por la excelente calidad de su mármol así como por haber revolucionado la moda del París dieciochesco a través de su producto más emblemático: la muselina.

Pero en el siglo XXI la realidad es otra. Pronunciar Mosul en la región y sus aledaños arranca de los labios de quien la escucha, casi de forma automática, una única palabra: muskila, problema. Se trata de un préstamo árabe incorporado por el turco, el persa y el kurdo; un término imprescindible a la hora de describir la realidad de Oriente Medio.

Nadie quiere acercarse a Mosul. Se construyen carreteras alternativas para no tener que atravesar ni la ciudad ni su extrarradio, y otras que evitan aquellas rutas que pasan aún «demasiado» cerca. Situada a 400 kilómetros al noroeste de Bagdad, la capital de la región de Nínive se ha convertido en una especie de «zona de exclusión» acordonada por una compleja red de puestos de control que gestionan todos los grupos armados bajo el arco legal del nuevo régimen de Bagdad: peshmergas kurdos, milicianos cristianos, Policía iraquí y tropas de EEUU controlan el tráfico rodado, por separado o de forma conjunta, en todos binomios y trinomios posibles. Las tropas americanas no patrullan el centro urbano desde el 30 de junio, pero siguen acuarteladas en el aeropuerto de Mosul.

Sus mandos se trasladan en convoyes fuertemente armados que cuentan siempre con el apoyo de dos helicópteros en sus desplazamientos. Askari (soldado) es la segunda palabra más recurrente a medida que nos acercamos a Mosul. Y luego hay otra que no necesita traducción; esa que aquí se aplica a los baathistas iraquíes y a otros activistas de diversa procedencia: terrorist.

«La cárcel de Mosul está llena de saudíes, paquistaníes y yemeníes que dicen pertenecer a la Republica Islámica de Irak, la filial de al-Qaeda en el país», asegura Khasro Goran, cabeza de lista de la Alianza Kurda para los comicios del 7 de marzo. La lista de Goran es la rival más directa de al-Hadba, la coalición árabe suní que obtuvo la victoria en las elecciones provinciales de 2009.

«Ganaron las elecciones basando su campaña en el sentimiento antikurdo», explica Goran desde sede del PDK (Partido Democrático de Kurdistán) en Mosul, una fortaleza de hormigón a orillas del Tigris. El desacuerdo entre árabes y kurdos es tal que los miembros de su partido no acuden a los plenos del Gobierno regional desde los comicios del pasado año.

Última plaza fuerte insurgente

Pero para 2009, Mosul se había convertido ya en la última plaza fuerte de la insurgencia en Irak. La división étnica entre kurdos y la hoy mayoría árabe constituía un campo abonado para grupos islamistas, presuntamente ligados a al-Qaeda, que se presentaban a sí mismos como defensores de los árabes de la región. Tras haber sido expulsados de la región de Anbar, muchos militantes llegados a Mosul optaron por camuflarse entre la población civil. A las bombas y explosiones de años atrás se les sumaban ahora acciones más selectivas como los secuestros y los ametrallamientos desde coches en marcha. Jueces y cargos políticos (sobre todo kurdos o chiíes) se convirtieron en los objetivos principales de la insurgencia, pero también empresarios como Abdul Mosen. Salió ileso de un atentado con bomba que destruyó tres de los cinco camiones de su empresa de transporte.

«Me reclamaban un 10% de mis beneficios cada mes pero me cansé de pagar», dice este kurdo que ronda los cincuenta años desde su nueva residencia en Erbil. Tuvo que dejar atrás su casa y su empresa hace dos años, pero dice sentirse afortunado porque no ha perdido a ningún miembro de su familia. Y es que otros no han tenido tanta suerte.

Akram A. acompaña a sus hijos al colegio diariamente desde que dos compañeros de clase fueran secuestrados. «Al día siguiente de desaparecer, las familias recibieron una llamada en nombre de un grupo islamista: los niños serían asesinados si los padres no pagaban la cantidad exigida», explica este informático kurdo que sigue regentando un cibercafé en el barrio de Yarmuk. «Uno de ellos quedó libre pero el cadáver desnudo del otro fue arrojado desde un coche a pocos metros de su casa», recuerda Akram, que culpa directamente a al-Qaeda de reavivar la llama del odio entre kurdos y árabes.

Verdad o no, en Mosul es cada vez más dificil distinguir la línea que separa la violencia con motivación política de lo que no es más que una simple acción criminal. La inteligencia kurda asegura que el repunte de la extorsión en todas sus formas se debe tanto al incremento de las mafias locales como a la necesidad de fondos de las organizaciones islamistas que operan en la región de Nínive. La eliminación del robo de petróleo en la curva del Tigris junto con el despliegue de más tropas de Damasco en la frontera siria habrían obligado a la República Islámica de Irak a buscar nuevas fuentes de financiación.

Mujeres y cristianos, primero

Hablamos pues de violencia política y/o criminal, pero las agresiones espoleadas por la diferencia religiosa y las de género también parecen ir de la mano.

Considerada hasta hace no tanto como uno de los mejores centros de investigación de todo Oriente Medio, la universidad de Mosul es hoy tristemente famosa por haber sido escenario de numerosos episodios violentos dirigidos contra mujeres. Algunas estudiantes han quedado desfiguradas tras ser rociadas con ácido a plena luz del día por usar maquillaje o no cubrir su cabello; otras tantas han sido secuestradas y violadas. En la mayoría de los casos, es un supuesto grupo islamista el que reivindica la agresión.

Muy cerca del campus se encuentra el barrio de Taqafa, un distrito que cuenta con una gran población cristiana. Las últimas navidades en Mosul han estado tristemente marcadas por los ataques a iglesias, pero los asesinatos de cristianos parecen multiplicarse a medida que se aproxima la cita electoral. El último caso en Taqafa fue el de un caldeo ejecutado en el portal de su casa por haber «incumplido» el plazo de 72 horas para abandonar Mosul. La amenaza le había llegado en una carta que incluía una bala.

«Nos están matando casi a diario pero nadie hace nada, nunca se detiene a los culpables y la prensa parece guardar un pacto de silencio», se queja Paul H, vecino de Taqafa, transmitiendo un sentimiento cada vez más generalizado en la comunidad cristiana de Mosul. Paul dice no ver el momento de mudarse con su familia a Ainkawa, barrio cristiano de Erbil donde los cristianos llegados de otras partes de Irak doblan ya en número a la población local. Probablemente, Ainkawa es la única localidad de todo el país donde esta comunidad ha crecido en número.

Violencia sectaria

Sadalah J abandonó la ciudad tras la escalada de la violencia sectaria en 2006. Asegura que fue su propio vecino árabe el que le amenazó. «Me acusaron de colaboracionista, de querer instaurar una región autónoma en Nínive para los cristianos» dice este maestro caldeo en paro desde la localidad kurda de Dohuk, donde reside desde hace tres años. «Lo paradójico es que a mí nunca me ha gustado esa idea, no quiero acabar en un ghetto al que se traslade a todos los cristianos de Irak», se queja Sadalah. Se refiere a un controvertido proyecto que cuenta con el apoyo del vecino Gobierno regional kurdo.

«Los árabes quieren expulsarnos de Mosul y toda la región porque temen una consulta popular sobre el futuro de esta provincia», asegura Luís S, cristiano nestoriano que presume de vivir muy cerca de la colina donde está enterrado el profeta Jonás. «La religión no es más que un pretexto para su limpieza étnica. Los árabes sólo temen que nuestro voto pueda inclinar la balanza a favor de los kurdos en un referéndum que, antes o después, se acabará celebrando».

Nínive, una región hecha pedazos

La ciudad de Mosul fue el escenario de una grave crisis tras las elecciones del 31 de enero de 2009. La lista al-Hadba, controlada por los árabes suníes, se hizo con 19 de los 37 escaños.

Olvidando la muhasasa (cuotas interétnicas), se negó a formar Gobierno con la segunda candidatura más votada, la Hermandad de Nínive, formada por kurdos, cristianos y yezidíes, y que consiguió doce escaños. Quince distritos boicotean desde entonces al Gobierno.

Las tensiones sufrieron un nuevo repunte tras la luz verde dada, a finales de 2009, a las patrullas mixtas en las regiones de Kirkuk y Mosul. Los árabes consideran «ilegal» el despliegue de peshmergas (soldados kurdos) y acusan al Ejecutivo kurdo de «expansionismo».

Este último alega que busca proteger a los kurdos de Nínive y denuncia que Bagdad se niega a ejecutar el Artículo 140 de la Constitución iraquí, que hacer referencia al futuro de los territorios en litigio como son Kirkuk y Mosul. K.ZURUTUZA

PLAZA FUERTE

Cuatrocientos kilómetos al noroeste de Bagdad, Mosul es desde el año pasado la última plaza fuerte de la insurgencia islamista en Irak.

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