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CRíTICA teatro

Alma de chip

Carlos GIL        

Estos dos queridos robots que juegan con santa inocencia son muy humanos. Dos personajes simpáticos que empatizan desde el primer instante con los espectadores, sean de la edad recomendada, de 6 a 12 años, o sus acompañantes. No hablan, simplemente se sorprenden como cualquier niño ante todo lo que sucede, y se disfrazan y consiguen ir creando un mundo muy humano, casi ideal, pero enredando entre sus circuitos cerrados, sus chips, sus nanocomputadores, salen los instintos más despreciables de los seres humanos. Y ellas, esos dos robots de morfología femenina, deben convivir y superar esa fase, hasta que recobran su configuración original, la de unos entes que se mueven con dulzura, que respetan a los demás, que saben tocar música, alegrarse por la belleza, y buscar la luz, el aire, la esperanza.

Juguete escénico muy bien resuelto, que, al no utilizar la palabra como vehículo de comunicación, establece un código de expresión asimilable por todos en el que la gestualidad, el movimiento, la concreción técnica con el sonido, van dotando a toda la propuesta de una entidad especial, donde el espacio escénico, la paleta cromática sobre la que se mueven los personajes y la calidad interpretativa de la pareja de actrices (Ana i Punto logró el premio a la interpretación femenina en FETEN) ayudan a esa facilidad comunicativa  perfectamente resuelta, donde se despiertan nobles sentimientos y en el que prevalece la ternura, la golosa posibilidad de un mundo mejor a poco que los humanos sepamos encontrar el chip adecuado.

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