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Maite Ubiria Periodista

El salón de la agricultura y la campaña

La flor y nata del stablishment departamental ha cogido el avión y se ha plantado en el Salón de la Agricultura. En la puerta de Versalles, los políticos transitan por pasillos atestados de urbanitas deseosos de oler a campo. A un lado las vacas, al otro los electores.

Hay quien denigra el salón de salones y censura que en estos tiempos de crisis se derrochen cantidades enormes de dinero para iluminar por unos días al agro hexagonal ante los ojos de esas 700.000 almas, mayoritariamente asfálticas, que deambulan año tras año por la muestra como por un supermercado.

Dejando a un lado los esfuerzos de los centenares de productores que se dan cita en París, que merecen todos los respetos, hay que reconocer que la feria es un evento mayor. ¿Por qué? Porque aporta un escenario incomparable para el retrato campestre de políticos y demás representantes institucionales.

Y sucede que, entre pincho de jamón de Baiona y trago de Irulegi, el traje gris del prefecto de los Pirineos Atlánticos se ve adornado por un pañuelico rojo y, para completar el decorado, las enseñas vasca y bearnesa ondean a sus espaldas. Dos ejemplares de ganado autóctono son testigos mudos de la estampa.

El prefecto Rey se rodea de agricultores, en gesto campechano, a unos días de que la institución a la que representa, ese Estado cada día más versallesco, emprenda en Pau su enésima batalla judicial contra Euskal Herriko Laborantza Ganbara, en este caso en razón de la ayuda concedida por el Ayuntamiento de Senpere a la asociación de Ainhize-Monjolose.

El salón de la agricultura es el marco oportuno para jugar por unas horas al transformismo. Con el perfume caro impregnado en la piel y enfundado en un traje impecable que exalta su porte aristocrática, el ex premier Dominique De Villepin se concede un baño de plebe.

Cuando en el salón resuenan las protestas de los productores, el príncipe destronado de Matignon se retrata degustando un vaso de leche. Sarkozy no está para ferias y De Villepin se aprovecha. El salón es, definitivamente, una etapa obligada para una clase política que, en campaña o no, asigna a los ciudadanos el mismo papel que a las vacas: el de naturaleza muerta de su eterno posado a cámara.

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