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Agitan el fantasma de los «persas» para instar al voto en Fallujah

Hace cuatro años que acabó la guerra entre sunníes y chiíes, pero la desconfianza y los antiguos rencores permanecen, y los líderes tribales sunníes de Al-Anbar, que consideran a sus conciudadanos chiíes un mero apéndice de Irán, agitan ahora el fantasma de los «persas», como los denominan despectivamente, para animar a sus habitantes a acudir masivamente a las urnas, que boicotearon hace cinco años, y tratar así de reducir su peso en el Parlamento.
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Hassen JUINI |

«Dadme vuestro voto para luchar contra la hegemonía de los persas en el Parlamento», implora un candidato sunní en el otrora bastión rebelde de Faluyah, en un intento de convencer a los electores para que acudan en masa a las urnas para contrarrestar el poder chií.

Vestido con su dishdasha azul, cubierta la cabeza con un keffieh de tela roja y con una pistola holster en la axila, el jeque Ayfan Saadun al-Ayfan ha intentado movilizar a los habitantes de esta provincia situada al oeste de Bagdad, que rehusaron, por convicción o por temor, votar en 2005.

«La lucha en el Parlamento es entre los persas y el Gran Irak y mi misión consistirá en oponerme a ellos y reducir su peso en el Parlamento», insiste este jefe tribal de 35 años de edad a cientos de sus partidarios reunidos en la plaza central de Falluyah.

Si ya han pasado cuatro años desde que acabara la guerra abierta entre sunníes y chiíes, los rencores siguen vivos. Para muchos sunníes, que se consideran a sí mismos como auténticos árabes, los chiíes no son sino un apéndice de Irán y les denominan despectivamente con el nombre de «persas», en recuerdo al conflicto secular entre los dos países.

Descorazonada por haber perdido las riendas del Estado iraquí, que detentaba desde la creación de Irak en el año 1920, esta comunidad, que representa al 23,6% de la población, boicoteó de forma masiva en 2005 las primeras elecciones legislativas tras el derrocamiento de Saddam Hussein para protestar por la ocupación extranjera, aunque volvió a las urnas en los comicios provinciales de enero de 2009.

Desafiando las amenazas de muerte de la rebelión, sobre todo de las organizaciones en la órbita de Al-Qaeda, y las fatwas (edictos religiosos) de las eminencias espirituales sunníes, sólo 3.500 temerarios, menos del 1% de los inscritos en la provincia de Al-Anbar, fueron a votar, y la mayoría se desplazaron para ello hasta Bagdad, por temor a hacerlo en sus propias poblaciones, azotadas por aquel entonces por la violencia.

«Fue un error flagrante. Deberíamos haber participado. Dejamos un vacío y hoy será nuestra revancha», asegura el jeque Ayfan Saadun al-Ayfan.

Es el cabeza de lista, para Al-Anbar, de la lista de la Alianza de la Unidad Iraquí, que reúne al ministro de Interior, Jawad Bolani, y a los jefes tribales que pusieron en pie milicias, armadas por Estados Unidos, para luchar contra Al-Qaeda, que controlaba entonces la región.

Esta vez, según la alta comisión electoral de Ramadi, capital de Al-Anbar, 800.000 votantes elegirán a 14 diputados.

De un total de 21 listas, aparte de la Alianza de la Unidad Iraquí, se presentan otras tres grandes coaliciones, incluido el Bloque Iraquí del ex primer ministro Iyad Allawi.

Algo inimaginable en 2005, cuando las listas eran puramente confesionales, las otras dos grandes coaliciones son también mixtas, aunque con mayoría chií: la Alianza Nacional Iraquí y la Coalición por el Estado de Derecho del primer ministro, Nuri al-Maliki.

Identidad común

«He intentado convencer de que nuestro objetivo, tras los conflictos confesionales, es construir un país unido en torno a nuestra común identidad iraquí», explica Saad Fawzi Abu Richa, candidato de la lista de Al-Maliki en Ramadi.

Lo mismo opina su rival de la Alianza Nacional Iraquí, Hamid Farhan al-Hayess. «Para que eso sea una realidad, es necesario que los suníes entierren de una vez sus proyectos confesionales», señala este antiguo jefe de una milicia contra Al-Qaeda y que se presenta hoy bajo el paraguas de las formaciones chiíes de la Asamblea Suprema para la Revolución Islámica en Irak y del movimiento Al-Sadr.

En Samarra, otra región sunní a 110 kilómetros al norte de la capital, muchos de los 125.000 electores inscritos parecen decididos a votar.

«Hace cinco años estábamos bajo la amenaza de las fatwas de los religiosos y de Al-Qaeda. Nos robaron nuestros votos pero esta vez vamos a participar con fuerza», asegura Rahim Alwan, un decidido votante de 45 años de edad.

En los pasados comicios provinciales celebradas en Irak en enero de 2009, los líderes tribales sunníes denunciaron fraude electoral y otras vulneraciones e impugnaron los resultados en la provincia de Al-Anbar.

Aunque aquellas elecciones fueron las más tranquilas celebradas en Irak desde la invasión de EEUU y sus aliados, en abril de 2003, en Al-Anbar se produjeron importantes tensiones entre los árabes sunníes, que participaron por primera vez en una cita electoral desde la ocupación del país, y los partidos chiíes que gobiernan la provincia desde hace años.

La caza al antiguo baazista, elemento distorsionador de los comicios

Iskander Witwit se declara víctima de una maquinación. Conforme se acercan las legislativas en Irak, este candidato laico hace campaña con una espada de Damocles sobre su cabeza: acusado de ser un antiguo miembro del partido Baaz y posteriormente exculpado, corre el riesgo de ser excluido del escrutinio.

En su casa de Hilla, a 95 kilómetros de Bagdad, este vicegobernador de la provincia de Babilonia presenta un informe que, según cuenta, contiene las pruebas que le exculpan de haber sido un afiliado del antiguo partido de Saddam Hussein.

En todo momento, la comisión electoral podría cerrarle las puertas al escrutinio si considera convincentes las nuevas pruebas que afirma poseer un comité iraquí encargado de pugar a los antiguos baazistas.

«Padezco una conspiración contra los patriotas iraquíes, porque si a mí se me considera un baazista, todo el mundo lo es», asegura mientras sorbe su té.

El caso de Witwit es emblemático del único debate que ha animado esta campaña: siete años después de la caída de Saddam Hussein, ¿es necesario continuar excluyendo de la vida política a las personas que tienen un pasado baazista?

«Dos de de mis hermanos fueron ejecutados por el régimen de Saddam», destaca Witwit, que subraya que únicamente fue un militante de base del Baaz. Él mismo fue acusado de pasar clandestinamente a disidentes a Irán y de haber planeado atentados contra dirigentes baazistas.

Los electores sunníes consideran que su comunidad está siendo atacada por la política de desbaazificación. «Irak se convertirá en un charco de sangre si esto sigue así. La violencia estallará», predice. GARA

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