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CRíTICA teatro

El precio injusto

Carlos GIL

El protagonista masculino es un abogado sin apenas escrúpulos, cuyos sentimientos están atrapados en una concepción del poder, el éxito, la vida, el amor y el sexo en donde todo está al alcance del comprador. Una vez puesto el precio a cualquier cosa, el que paga queda exento de toda culpa, de toda noción ética. En ese momento de la transacción económica el que acepta asume la responsabilidad de todo cuanto pueda suceder, aunque sea una violación, la tortura o el maltrato. Ella es una puta, extranjera, sin papeles, con tres hijos, la que debe aceptar la inmoralidad contractual, la de acceder a todas las barbaridades que se le ocurra a su contratante.

Dos vidas, dos personas, dos clases sociales, una atracción fatal, un desenlace previsible, y mucho teatro. Situaciones que convulsionan, que arrugan la respiración del espectador, que nos ayudan a ir y venir de cualquier estado metafórico, para entender que se trata de una descarnada mirada al mercado libre, a la deshumanización de las relaciones en todos los órdenes, al estar todo medido por un dios superior, el dinero, el precio de las cosas.

Una relación tórrida, muy física, que acaba en dependencias emocionales, económicas, sicológicas, que deja a los dos actores frente a unos personajes desnudos, vitales, en ocasiones irracionales, desprovistos de cualquier recuso para la mentira, es decir que deben moverse en una verdad escénica que logran con solvencia. Espacio escénico, luz, dirección acompañan en el viaje a los intérpretes que tiene el soporte insustituible de un muy buen texto dramático.

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