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«La música de Chopin tiene una cualidad muy rara y especial: la intimidad»

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Momo Kodama | pianista

La pianista de origen japonés Momo Kodama llegó a Europa siendo niña, lo que le permitió completar sus estudios absorbiendo todo lo mejor de la escuela pianística francesa. Gran especialista en la música para piano de Messiaen y Chopin, de quienes ha grabado discos muy bien acogidos por la crítica, se encuentra este fin de semana en Bilbo para tocar música del compositor polaco.

Mikel CHAMIZO | BILBO

Kodama es una de los cinco encargados de interpretar la integral pianística de Chopin dentro de la programación del Musika-Música de Bilbo, en el marco de los homenajes al músico polaco en el bicentenario de su nacimiento. Aunque para Kodama, «todos los años son Años Chopin».

Estamos en el Año Chopin y todos los pianistas en todo el mundo no hacen más que tocar su música a todas horas. Hace un par de años a usted le pasó algo parecido con Messiaen, autor de su especialidad. ¿No le resulta un tanto agotadora esta manera de celebrar los aniversarios de los músicos?

En realidad no, porque Chopin fue mi primer gran amor en música. Hubo una época en que estaba muy centrada en su música, pero después pasé por un período en que fui alejándome de él, para acercarme a otros autores como Bach, que Chopin adoraba, o Messiaen, que estaba muy influenciado por Chopin. Pero, unos años más tarde, volví otra vez a Chopin. Los pianistas siempre terminamos por volver a él, y este bicentenario es una buena excusa para hacerlo nuevamente. Además, es revelador de hasta qué punto es eterno, pues su música, doscientos años más tarde, sigue desbordando sensibilidad y sonando moderna. Así que, por mi parte, esta celebración es bien recibida. Sólo llevamos tres meses con ella, pero estoy segura de que al final del año todavía no estaré cansada, porque cada día se desvela un aspecto nuevo de la música de Chopin.

Chopin es una parte central de la literatura para piano. Es inconcebible que un pianista, sea cual sea su nivel, no toque alguna pieza del compositor polaco. ¿Qué es lo que diferencia a Chopin de todos los demás y lo hace tan básico e imprescindible para los pianistas?

Es muy importante para los pianistas porque él exploró una nueva forma de hacer sonar el piano. Básicamente, creó toda una nueva técnica para tocar el piano, explorando también nuevas armonías, aunque no de una manera que te haga gritar de la sorpresa, sino de forma muy sutil y natural. Pero, sobre todo, el gran logro de Chopin es que encontró el modo de hacer cantar al piano de una manera personalizada, dirigiéndose a cada intérprete, y a cada oyente, de forma individual. Es una cualidad muy rara y especial, la intimidad. Chopin no es como Beethoven, que va declarando a los cuatro vientos sus ideas. Chopin se dirige a ti, y solamente a ti. Eso le da una belleza y una profundidad que, para mí, como pianista, son importantísimas.

Ha dicho que Chopin fue su primer amor musical. ¿Se hizo pianista gracias a él?

Yo era muy pequeña, pero me han contado que teníamos en casa un vinilo con piezas de Chopin tocadas por el gran maestro Dinu Lipatti. Todavía no tocaba el piano, pero mis padres me grabaron el disco en una cinta de casete y, al parecer, porque yo me acuerdo, no paraba de ponerla una y otra y otra vez. Aparentemente me gustaba muchísimo. Además, a veces la música habla a las personas de una forma muy natural. En mi caso, la música de Chopin me llegó de una manera completamente natural. En el conservatorio yo tocaba Chopin, y cuando preparé la prueba de acceso para París, con trece años, mi profesora me dio la libertad de escoger el concierto que yo quisiera de entre todos los existentes, y yo, sin dudarlo, elegí uno de los de Chopin.

¿Esta «maratón chopiniana» de Bilbo está siendo reveladora para usted, como lo está siendo para el público?

Claro, porque he descubierto varias piezas que no conocía, sobre todo de cuando Chopin era muy joven. Ha sido un gran descubrimiento, porque se trata de piezas que escribió cuando tenía sólo 13 o 14 años y, aunque a veces pecan un poco de ingenuas, es sorprendente hasta qué punto puedes reconocer inmediatamente que son de su autoría. Por lo demás, la maratón resulta un tanto inusual también para nosotros, porque no es habitual que salgamos, toquemos una pieza, y nos vayamos hasta que nos vuelva a tocar otra. Sólo es posible porque la idea es magnífica; es como si estuviéramos leyendo el diario personal de Chopin, descubriendo en qué momentos se sentía triste o alegre. Y es muy interesante comprobar que la evolución de su música es muy gradual, no como la de otros autores, Mozart por ejemplo, en quienes los distintos períodos se identifican fácilmente. En Chopin la evolución es muy delicada: no hay grandes momentos de descubrimiento y de nueva música, todo va muy poco a poco, desde las piezas adolescentes a sus últimas mazurkas.

¿Cómo se han repartido el trabajo entre los cinco pianistas? ¿Cómo han llegado a un acuerdo sobre qué piezas toca cada uno?

Esto parecía que iba a ser algo muy complejo y que nos iba a crear bastante quebraderos de cabeza, pero finalmente ha sido bastante sencillo porque uno de los pianistas, Abdel Rahman El Bacha, ha tocado y grabado todas y cada una de las piezas, y decidió hacer con ellas una serie de listas: una lista A, con grandes piezas como las sonatas; otra lista B, con piezas de menor duración; otra C, con todas las marzukas; una D con composiciones desconocidas, etcétera. Y cada uno de nosotros teníamos que escoger un par de piezas de una lista, tres o cuatro de la siguiente, y así hasta completar el cupo. De una manera casi milagrosa -nosotros mismos no salíamos de nuestro asombro- resultó que nadie había coincidido en escoger las mismas piezas entre las grandes, que eran las que podían resultar más problemáticas. Luego, a posteriori, hemos ido intercambiando las piezas como si fueran cromos. A Iddo Bar-Shaï, por ejemplo, le gustan mucho las mazurkas, pero no simpatiza demasiado con las polonesas, mientras que otro pianista era justo al contrario, así que se las intercambiaron. Ha resultado fácil, porque nos apreciamos mucho entre nosotros y hay un ambiente muy bueno. Ha sido como volver a la escuela de música, cuando íbamos todos en grupo a tocar en los conciertos.

Aunque la mayoría de ustedes viven en el Estado francés, proceden de culturas muy diversas. ¿Se nota esta diversidad en la forma en que cada uno aborda a Chopin?

Es cierto que procedemos de diversos países y de diferentes generaciones, pero creo que esa era, básicamente, la idea: el exponer visiones diferentes de tocar a Chopin. Pero, al margen de nuestros países de procedencia, el punto de unión entre los cinco pianistas es nuestro profundo respeto por la música de Chopin.

A medio camino entre Europa y Japón, fascinada por la tierra del sol naciente

Momo Kodama y su hermana Mari, también pianista de éxito y con la que forma dúo de vez en cuando, dejaron Japón cuándo eran niñas a causa del trabajo de su padre. Crecieron en Alemania y estudiaron en el Estado francés, por lo que Momo no sabe «muy bien si soy franco-alemana o japonesa». Aunque su cultura es básicamente europea, en los últimos años esta pianista ha vuelto a mirar intensamente a su Japón natal de la mano de músicos japoneses como Seiji Ozawa o Kent Nagano, que la han apoyado en su carrera. «Para mí ha sido maravilloso porque he descubierto mis raíces -explica-, y realmente no me siento como una extranjera cuando voy a Japón. De hecho, algunas personas allí me han dicho que parezco más japonesa que muchos japoneses, aunque yo no creo que sea para tanto».

A Kodama le gusta perderse por Japón, y en especial por las grandes ciudad como Kioto. No obstante, lo que más aprecia de su país natal es «su respeto por el silencio y por la naturaleza. Existe una adoración por la naturaleza, el ciclo de las estaciones es muy importante y se cultivan flores con verdadero amor, un acto que me parece muy espiritual». Explica también cómo Messiaen, uno de los compositores referenciales para ella, adoraba la naturaleza, las montañas y los pájaros de Japón.

Aunque la música clásica sea de tradición puramente europea, Kodama puede desarrollar plenamente su carrera en el país del Sol Naciente. «Existe muchísima afición por la música clásica -defiende-. La música de Chopin es muy apreciada y existen un gran número de orquestas y grupos de mucha calidad, especialmente en Tokio, que interpretan los clásicos a un nivel a la altura de los europeos». Exalta también a los compositores contemporáneos japoneses, y especialmente a Toshio Hosokawa, con quien ha colaborado estrechamente y en cuya música cree encontrar «la belleza más profunda de Japón. Es una música sin tiempo, en la que no existen los minutos y los segundos, íntimamente ligada con la naturaleza. Contiene algo realmente esencial con respecto a Japón»..M.C.

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