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«Ella es la que me carga las pilas cada día»

Los problemas neurológicos en menores no son habituales. Y menos si provienen de un siniestro de tráfico. Como el caso de «Magui», una niña que hoy cumple años, mientras se recupera de las secuales de un grave accidente el año pasado.
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Joseba VIVANCO

La aséptica noticia en un periódico del día siguiente decía: «Al menos siete personas resultaron heridas en dos accidentes que se produjeron en la A-8, a la altura de los municipios de Trápaga y Amorebieta. En este último, un hombre de 40 años y una menor de 12 resultaron heridos de gravedad y tuvieron que ser evacuados al hospital de Cruces tras salirse de la vía el vehículo en el que circulaban. La joven tuvo que ser trasladada en helicóptero». Él, falleció nueve días después; por ella, los médicos no daban nada. «Me dijeron, `hazte cuenta de que es como si la hubiera pasado un tren por encima'», rememora estos días su madre. Es Haydée, argentina de origen y residente en Santander hasta ese fatídico día. Este sábado su hija Magui cumple trece años. Se recupera de las secuelas de aquel siniestro que a ella y a su madre les cambió la vida. Pero la tragedia, como ocurre tantas veces, sacó lo mejor de ambas: las ganas de vivir.

El suyo no es un caso habitual en el nuevo servicio de rehabilitación integral para menores de 16 años con daños o discapacidades de origen neurológico, del Hospital Aita Menni, único de estas caraterísticas en Euskal Herria. A estas edades son raras las lesiones cerebrales por causa de accidente de tráfico. «Todo el golpe lo recibió en el cráneo y sufrió una lesión frontal importante», sintetiza su ficha clínica el doctor Juan Marín, responsable del servicio ubicado en Bilbo.

Este médico rehabilitador, su colaboradora, la neurosicóloga Noemí Álvarez, Haydée y la propia Magdalena acceden a conversar, ocho meses después de aquel 31 de julio, sobre esta historia de superación. «Nadie daba nada por ella, pero jamás se perdió la esperanza. A poquitos fuimos saliendo, pero los médicos no me daban ninguna seguridad de que saliera adelante», recuerda la madre de esta pequeña, quien desde su silencio, más que mirar admira el narrar de su ángel de la guarda en todos estos meses.

En su estancia en el Hospital de Cruces, lo primordial, como detalla el doctor Marín, «era salvarle la vida, que no hubiera más lesiones de las que había y evitar complicaciones». Fueron casi tres inenarrables meses, entre la UCI y la estancia en planta. «No sabían si caminaría, si podría ver, no me daban fe en nada», cuenta Haydée. Por eso ella comprendió que «era obvio que yo tenía que estar bien para estar a su lado. Tenía que comer y dormir, arreglarme cuando me viera, para cantarla, darla masajes, acostarme con ella, hablarla, hacer planes...». Y dicho y hecho. Haydée echó mano de toda la desbordante vitalidad que desprende cuando relata su historia y se convirtió en la primera `rehabilitadora' de su hija.

«El apoyo familiar es importante, pero es que en este caso le ha favorecido muchísimo», reconoce Noemí Álvarez, la sicóloga del centro. Magui había dejado atrás un coma, empezó a evolucionar poco a poco. Las secuelas no eran motoras, físicas, pero sí cognitivas. Su capacidad se había resentido. En plena evolución, se cortó radical. No fue fácil al principio. «Acordamos entre las dos que movería los dedos para decirme sí o no», recuerda su madre. Todo tenía su tiempo y su pausa. «Aprendí a vivir el día a día. Una vez me hacía un gesto, otra movía el dedo... todos los días era una sorpresa, ¿qué me va a hacer hoy?... El día que me dijo `mamá', que me dijo `te quiero', ese día me puse a llorar... ¡Llevaba tanto tiempo esperando que lo dijera!», lo revive mientras madre e hija cruzan una mirada cómplice de satisfacción. Magui, a su lado, sigue atenta, callada, la narración de su madre. Sólo la desvía para mirar al resto de presentes y sonreir.

«Un día dejé sobre su cama una carta de mi hermano y me fijé que sus pupilas se movían siguiendo las líneas. Le preparé unos cartelitos con palabras y dibujos y me indicaba con el dedo dónde decía cada cosa. Me di cuenta de que leía y entendía. Después noté que si le acercaba el oído me hablaba algo. Se lo dije al doctor y no se lo creía. Solía decir que si alguien coge el historial de ella no le da mucho de vida, pero que si lo sigue leyendo, se asombra...», se emociona.

Y llegó el alta médica...

Un día llegó el alta médica en Cruces. «Y tocó buscarse la vida», dice Haydée. Es aquí donde intercede el doctor Marín, la sanidad pública cojea. «Hay un desarrollo enorme en la atención inicial a los traumatismos craneoencefálicos, medios de transporte muy potentes, personal muy formado, profesionales médicos superpreparados... Pero cuando se salva esa vida, queda la fase de rehabilitación. Y el problema es que esa parte está muy enfocada a la rehabilitación motora, pero no a la del ánimo, la cognitiva...».

Por fortuna, el seguro familiar cubrió el importante desembolso y Magui pudo ser tratada en los servicios de rehabilitación neurológica de Aita Menni en Arrasate. «A mí no me sonaba ni el nombre de Mondragón. Yo estaba sola. Mi marido murió en el accidente. Si me dicen que la solución estaba en África, vamos allá», reconoce esta madre coraje, que tuvo que dejar su trabajo, domicilio y vida en Santandar para estar al lado de su hija. Primero en Bilbo, yendo y viniendo hasta la localidad guipuzcoana; luego, también de alquiler en la propia Arrasate; y hoy, desde hace dos meses, en Bilbo.

Magui acude a rehabilitación a diario, en sesiones de mañana y tarde. «Es duro», dice la pequeña, escondida bajo su bisera. «¿Pero qué es duro, cuenta?», la `chincha' su madre. «Madrugar...», se sonríe ella. Entre ambas se ha forjado una química, una complicidad que no hace sino explicar la evidencia de porqué Magui se recupera hoy y en setiembre es probable que regrese a Santander y vea cumplido su sueño de «volver al cole y con mis amigas». Su madre sabe que «la vida nos va a cambiar. No me planteo mucho, pero saldremos adelante». Ella y su `gordita'. La misma niña que, confiesa, «me pone las pilas cada día. Si ella está bien, yo estoy bien». Aún le queda otra operación en Cruces. Las secuelas cognitivas seguirán ahí.

Haydée y Magui sólo tienen palabras de agradecimiento para cuantos médicos han estado al lado de ambas. «A Cruces no se lo podré pagar nunca. Lo mismo que aquí, en Aita Menni». Incluso a quienes, en otros lugares del mundo, rezaron o se acordaron de la pequeña. Pero en medicina no hay milagros. Es la sorprendente capacidad de superación del ser humano. Hoy, Magui, cumple trece años. Quizá la felicite su idolatrado doctor Jaime. Felicidades Patito.

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