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Miguel Delibes: paisaje, historia y conflicto

Iñaki URDANIBIA Crítico literario

Decía en una entrevista el escritor vallisoletano(1920): «De mi propia muerte, lo único que me preocupa es el hecho físico de morir: me gustaría que fuese de un modo rápido y en mi cama». Parece que ha sido el caso, y que el último trance ha ido bastante rápido para quien publicase su primera novela en 1948, «La sombra del ciprés es alargada», que fue premiada con el Nadal del año anterior; en un encuentro que mantuvo por aquellos años con Pío Baroja, éste no podía creer que en dos meses el libro hubiese vendido cinco mil ejemplares, cuando él andaba sudando tinta para ver agotadas sus tiradas de dos mil.

Luego vendrían más éxitos para quien era uno de los que tomaba el relevo, en los tiempos de la posguerra, moviéndose por las lindes de la novela existencial y el realismo social, llegando a convertirse en uno de los escritores más destacados en los años siguientes. Verdadero artista en el «arte de contar», tomando como ingredientes -que él consideraba imprescindibles- para sus novelas los tres que encabezan las presentes líneas. Escritor que dio muestras sobradas, desde el principio, de «sólido oficio» como dejasen escrito Valverde&Riquer, y que con sencillez y austeridad temáticas y lingüísticas retratase la sociedad provinciana de su época, con sus irónicas críticas de la pequeña burguesía; retrato del mundo rural... aspecto que queda reflejado hasta en el mismo lenguaje en tales ambientes utilizado.

Instalado en este «valle de lágrimas», la escritura de Delibes refleja una postura humanista, cristiana que se alza contra la injusticia social y se posiciona del lado de los débiles; sus protagonistas -las más de las veces niños, ancianos, marginados- están marcados por el dolor, la angustia y la frustración debidos a pérdidas e inadaptaciones varias; ahí están Daniel, Carmen, Lorenzo, Nini, Pacífico Pérez, Azarías, etc. Escritura que entretiene al tiempo que inquieta y que confiaba -¡ay!- en que «cuantas menos palabras pronunciemos y más breves sean éstas, menos y más breves serán la agresividad y la estupidez flotante del mundo».

«Ser de pueblo -decía este hombre de raíces- es un don de Dios, y ser de ciudad un poco como ser inclusero, y que los tesos, y el nido de la cigüeña, y los chopos, y el riachuelo, y el soto eran siempre los mismos» ...que por tales lares esté, oyendo los trinos de seres celestiales alados... ahora que le habrán requisado la escopeta a este avezado cazador de ambientes, y también de aves.

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