Xabier Makazaga Miembro de Torturaren Aurkako Taldea
Jon Anza y Mikel Zabalza
Mientras una de las partes del conflicto ha reconocido siempre su responsabilidad, la otra blande el negacionismo como bandera. Por eso es tan urgente desenmascarar ese negacionismo hipócrita y obligarles a destapar las cloacas de los estados reconociendo lo sucedido con esas miles de víctimas de la guerra sucia y la tortura que siguen sin ser reconocidas como tales
Hace tres meses remarqué en un artículo las significativas similitudes entre el caso de Mikel Zabalza y el de Jon Anza, insistiendo en que lo sucedido durante los 20 intensos días en que Mikel estuvo desaparecido debía servirnos de ejemplo para redoblar esfuerzos en la denuncia por la desaparición de Jon.
En efecto, la enorme presión popular que se vivió en Euskal Herria hace 24 años tras la desaparición de Mikel Zabalza, que apareció «ahogado» en el río Bidasoa tras ser detenido por la Guardia Civil y estar 20 días desaparecido, no dejó otro remedio a las autoridades que el de hacer aparecer su cadáver, que de otro modo podemos dar por descontado hubiesen hecho desaparecer para siempre. Y el gran trabajo realizado en el caso de Jon (los recientes y significativos artículos en influyentes medios periodísticos franceses, la prevista manifestación nacional para el aniversario de su desaparición...) les han obligado a otro tanto.
Las similitudes entre ambos casos son bien evidentes: Mikel Zabalza también tenía problemas de salud cuando lo detuvo la Guardia Civil (había sido operado varias semanas antes), y no cabe duda que dichos problemas tuvieron mucho que ver con su muerte al ser sometido a la «bañera». De no ser por ello, seguramente habría sobrevivido como otros miles de víctimas de los torturadores, y también es más que probable que el destino de Jon Anza hubiese sido otro de no ser por su deteriorada salud, pues no parece que la intención inicial de sus captores fuese hacerle desaparecer, como a Lasa y Zabala, Pertur, Naparra o Popo. «Se les fue», como en su día Mikel, y tras mantenerlo desaparecido lo han hecho aparecer.
Según la versión oficial difundida por las autoridades españolas en el caso de Mikel Zabalza, éste habría logrado fugarse cuando era trasladado por tres guardias civiles a reconocer un supuesto zulo de ETA que jamás apareció. Y fue la misma Guardia Civil la que encontró su cuerpo en el Bidasoa 20 días después, en un lugar que había sido rastreado una y otra vez hasta el día anterior por personal de la Cruz Roja. Remárquese la similitud de lo sucedido en la morgue de Toulouse con el cuerpo de Jon Anza.
A Mikel Zabalza le inyectaron en los pulmones agua procedente del Bidasoa, y guardaron el cadáver en una bañera del tristemente célebre cuartel de Intxaurrondo llena con la misma agua hasta arrojarlo al río, pero bien poca gente se dejó engañar en Euskal Herria. Años más tarde, se supo que murió en dicho cuartel, mientras era sometido a la «bañera» por varios guardias civiles, entre los que se encontraban Enrique Dorado y Felipe Bayo, condenados más tarde, junto con su jefe Enrique Rodríguez Galindo, en el caso Lasa-Zabala.
Los servicios secretos conocían ya en 1985 lo verdaderamente sucedido con Mikel Zabalza, como consta en uno de los informes internos del CESID, pero tanto los Gobiernos del PSOE como los del PP han denegado siempre la incorporación de dicho documento a la causa judicial, alegando que es secreto y su desclasificación pondría en peligro la seguridad del Estado. Por eso, nunca se ha llegado a juzgar a los implicados, uno de los cuales, el entonces teniente Gonzalo Pérez García, que fue quien facilitó la idea del túnel de Endarlatsa como lugar idóneo para situar la supuesta huida de Mikel, murió siendo ya comandante a principios del 2004 en Irak, cuando participaba junto con agentes iraquíes en una operación contra la resistencia.
Eso sí, por fortuna, tanto la familia de Mikel Zabalza como la de Jon Anza han podido al menos recuperar sus cadáveres. También pudieron recuperarlos las de Josean Lasa y Joxi Zabala, pero otros militantes independentistas que según todos los indicios sufrieron el mismo horrible fin en aquella época (Pertur, Naparra, Popo) aún siguen desaparecidos.
Hay que recordar que poco antes de que se empezaran a esclarecer algunos de los crímenes de los GAL, cometidos con complicidad francesa, el entonces presidente del Gobierno español, Felipe González, se pronunció muy contundentemente al respecto con su famoso «no hay pruebas, ni nunca las habrá», pero en aquella ocasión, para su desgracia, sí que las hubo, y muchas. Pero en la práctica totalidad de las ocasiones, los estados español y francés tienen medios de sobra para ocultar toda posible prueba, y vaya si los utilizan a conciencia.
Siendo ministro del Interior del Gobierno de José María Aznar, Jaime Mayor Oreja manifestó que «ETA mata, pero no miente». En cambio, el Estado español no sólo mata sino que sobre todo miente a espuertas; muy especialmente en lo que se refiere a la tortura y la guerra sucia, que han estado siempre íntimamente ligadas. Y el Estado francés, que superó todos los horrores imaginables en la Guerra de Argelia, también tiene mucho que ocultar actualmente.
Así, mientras una de las partes del conflicto ha reconocido siempre su responsabilidad, la otra blande el negacionismo como bandera. Por eso es tan urgente desenmascarar ese negacionismo hipócrita y obligarles a destapar las cloacas de los estados reconociendo lo sucedido con esas miles de víctimas de la guerra sucia y la tortura que siguen sin ser reconocidas como tales. Por eso es tan necesaria una comisión de la verdad como la constituida tras el apartheid en Sudáfrica. Porque el proceso democrático que tanto necesita nuestro pueblo sólo podrá ser construido sobre la verdad de lo sucedido durante estas décadas de cruento conflicto.
¡Basta de mentiras y negacionismo! ¡Queremos la verdad y la queremos ya!