Jon Anza aparece muerto en Toulouse
Sobredosis de incógnitas en una muerte muy poco natural
Dando por buena la rocambolesca historia de la cadena de fallos que impidieron la identificación de Anza desde el 29 de abril, la gran pregunta es: ¿qué le hicieron desde el 18 hasta ese día?
Iñaki IRIONDO
La aparición del cadáver de Jon Anza en una morgue de Toulouse no cierra el caso sino que lo abre de par en par. Hoy hay muchísimas más preguntas sin respuesta que antes de que su cuerpo volviera de la nada. Y sigue habiendo una incógnita básica: ¿qué le impidió acudir a la cita que tenía con ETA?
Al guionista parece habérsele ido la mano también en esta ocasión. La resolución de cualquier thriller o de una historia de terror debe tener una mínima coherencia, satisfacer como poco al espectador menos exigente. Cuando no puede conseguirse, en el cine y en la literatura siempre queda el recurso de despertar al protagonista y decir que todo había sido un mal sueño. Pero, ¿qué hacemos con las pesadillas cuando son reales?
La imagen del resoplido de impotencia de la fiscal de Baiona, Anne Kayanakis, y la actitud de manos caídas de su acompañante, el comisario de la Policía Judicial Patrick Leonard, son la muestra más patente de que este caso se ha intentado cerrar dejando, de momento, muchas más preguntas que respuestas. Y si así están los encargados de la investigación, imaginemos el sufrimiento de los familiares y allegados de Jon Anza.
La «versión oficial» relatada, que deja boquiabierta y estupefacta a la propia fiscal, es un coladero por el que se escapa el sentido común.
El cadáver de Jon Anza aparece cuando empezaba a ser ya un desaparecido muy incómodo para las autoridades francesas. Su caso había traspasado la frontera de «los vascos» e importantes medios como «Le Monde», «Le Journal de Dimanche» y «Libération» habían empezado a hacer preguntas. Y, llamativamente, las respuestas que encontraban les dirigían todas a la misma tesis: agentes españoles habían tenido algo que ver en su desaparición.
Además, la investigación oficial francesa había llegado también a plantear cuestiones a la Audiencia Nacional española, con lo que el «Dossier Anza» empezaba a ser, quizá, demasiado voluminoso.
Y, de pronto, por arte de magia, Jon Anza aparece allí donde se le esperaba. En Toulouse. En el lugar en el que ya se le había buscado. Desde donde ya le respondieron a la fiscal que no estaba. Hay quien recuerda el caso de Mikel Zabalza, a quien también pusieron en el Bidasoa para que apareciera donde debía. La diferencia estriba en que es posible rastrear un río sin éxito hasta que el cuerpo salga a flote, mientras que es inimaginable buscar un cadáver en una morgue -un lugar cerrado y ordenado, donde todas las entradas están certificadas- y no encon- trarlo si es que yacía allí.
¿Dónde estaba en mayo-junio de 2009 ese operario tan diligente que esta semana avisó a su amigo policía? ¿Dónde el resto de trabajadores de la morgue y del hospital que tuvieron contacto con Jon Anza? ¿Nadie supo en un año que estaban buscando a una persona de esas características? ¿Reciben moribundos o cadáveres sin identificar todos los días?
¿Cómo es que los billetes de tren con origen y destino en Baiona que ahora han resultado determinantes no figuran en el registro del ingreso hospitalario? Y si no los consignaron por considerar que no eran algo de valor, ¿tampoco los tuvieron en cuenta para tratar de buscar alguna pista sobre el origen y la identidad de una persona a la que atendieron supuestamente durante trece días en el hospital y estuvo meses en la morgue?
Las huellas dactilares de Jon Anza figuraban en los archivos de la Policía francesa y de la española. ¿Nadie tomó las huellas a un cadáver sin identificar y las cotejó?
Pero aun admitiendo que desde el 29 de abril se produce una cadena de fallos en todos los protocolos que impiden la identificación de un enfermo y un cadáver -que ya es mucho admitir-, la pregunta que sigue causando un escalofrío es: ¿dónde estuvo Jon Anza desde que salió de la estación de Baiona hasta que apareció moribundo en un parque apartado de Toulouse? ¿Qué le hicieron en esos días?
¿Dónde está el dinero que debía entregar a ETA?. Porque lo único que la fiscal Anne Kayanakis ha descartado es la hipótesis de Rubalcaba de que Anza hubiera desaparecido voluntariamente para gastárselo. Por cierto, «Interviú» publicó en junio, citando fuentes policiales españolas, que el desaparecido portaba 300.000 euros, lo que desde entonces se ha considerado una verdad absoluta. Si la Policía española no sabía nada de la desaparición de Anza, ¿cómo ofreció una cifra concreta?
Si Jon Anza fue, por ejemplo, víctima de un robo, ¿cómo es que tenía 500 euros en metálico según figura en el ingreso hospitalario? ¿Y dónde están la documentación y el móvil? Un detalle interesante el del teléfono, porque la investigación pidió su registro de llamadas en aquellas fechas. ¿Lo tienen ya? ¿ Y dónde durmió? ¿Dónde comió? ¿Por qué no volvió a casa? ¿No podía? ¿Quién o qué lo retenía?
Quizá murió realmente de un ataque al corazón. Pero la clave está en saber qué se lo provocó. Porque, se mire por donde se mire, la muerte de Jon Anza aparenta cualquier cosa menos una muerte natural. Y no es un sueño ni una película.