México lindo, México insurgente: cien años de revolución filmada
Coincidiendo con el centenario de la Revolución Mexicana, nos adentramos en una escenografía cargada de poética, lirismo e insurgencia y habitada por Pancho Villa, Emiliano Zapata y aquellos mercenarios gringos llegados desde el otro lado de Río Grande.
Koldo LANDALUZE
El sol golpea sobre el yunque del desierto de Sonora. Octubre de 1914. Un tren militar detiene su marcha en una pequeña aldea fronteriza. De los vagones descienden apresuradamente tropas villistas que acampan a escasos metros de los raíles. Silba la locomotora, se encienden pequeñas hogueras para preparar los frijoles que servirán de rancho a la numerosa tropa, colocan toldos para protegerse del sol y mientras el improvisado campamento cobra forma y vida, algunos soldados atacan un corrido acompañados por trompetas, guitarras y tequila.
Una soldadera que, en ese instante amamantaba a su criatura, alza la voz desde los nidos de ametralladora montados sobre los vagones: «¡Ya llegó!».
De inmediato, se generaliza el revuelo. Cubiertos por una nube de polvo, Pancho Villa y sus Dorados espolean sus monturas y atraviesan el campamento ante la algarabía de la División del Norte que saluda a su líder. En ese instante, un gringo grita: «¡Corten!».
La escena ha sido atrapada por cuatro camarógrafos de la Mutual Film Company que han sido estratégicamente situados sobre una pequeña loma, entre la tropa y a bordo de un Ford modelo T que filma la retaguardia de los jinetes de Villa.
Esta escena forma parte de la Revolución Mexicana, paisaje cinematográfico que sirvió para que un gran número de películas captaran la esencia popular, poética e insurgente de todo un pueblo.
El público mundial, en especial el estadounidense, el canadiense y el mexicano, se sentía muy intrigado por todo aquello que ocurría al otro lado de Río Grande y el cine, apostando por su faceta más documental y testimonial, vio en este México insurgente un mercado abierto a muchas posibilidades.
Gracias a esta experiencia fílmica se guarda un gran legado cinematográfico que incluye el documento histórico y las recreaciones ficticias que se hicieron de los combates.
El cine irrumpió en México en 1896 y rápidamente gozó de la aceptación popular de un pueblo acostumbrado a convivir con la mágia y la fantasía. El propio general Porfirio Díaz vio en este invento un mecanismo perfecto para publicitar su mandato y Victoriano Huerta se sirvió de los artificios cinematográficos para desacreditar a Emiliano Zapata.
Aquellas primitivas cámaras atraparon infinidad de escenas cotidianas y de masas, cabalgadas y desfiles en amaneceres iluminados en blanco y negro, y mariachis mudos en tiempos en los que el cine todavía no sabía hablar. Pero quien sin duda acaparó mayor protagonismo cinematográfico en aquellos días fue Pancho Villa, el Centauro del Norte.
La poderosa imagen de este líder revolucionario y sus hazañas militares, sobre todo a raíz de la incursión que sus Dorados hicieron en la localidad de Columbus, provocaron que Hollywood fijara su interés en él de inmediato.
El 5 de enero de 1914, mientras los villistas ocupaban la ciudad de Chihuahua, Harry E. Aitken de la Mutual Film Company selló un contrato con Villa por valor de 25.000 dólares. El contrato estipulaba que el Centauro del Norte debía escenificar sus combates y que las cámaras le seguirían allá donde fuera.
Desde aquel instante, cuatro cámaras persiguieron la estela del revolucionario y, a pesar de que Villa siempre vio de buen grado las posibilidades de esos artefactos gringos, todo aquel montaje le supuso un verdadero quebradero de cabeza a la hora de planificar sus operaciones ya que siempre le gustaba atacar al amparo de la noche y esto suponía un terrible hándicap para las cámaras porque no podían filmar a oscuras. Por ese motivo, y quizás por ese grado de vanidad que sale a relucir en cuanto intuimos la cercanía de una cámara, Villa varió sus métodos y se decantó por guiar a sus tropas a plena luz del día.
Como en toda filmación, también existía el riesgo de repetir las escenas porque en pleno asalto los camarógrafos no habían tenido el tiempo suficiente de atrapar la escena lo cual provocaba el enfado del general insurgente. En ocasiones, y en intento por rescatar una escena espectacular que podía funcionar `comercialmente' en las pantallas de los cines, el ataque-escena volvía a ser repetido y cuando no había más remedio que atacar de noche, se instalaban grandes focos de luz y toda la acción real se hacía tomando en cuenta la situación de los reflectores. Incluso el propio Villa, quizás picado por el veneno del cine, llegó a planificar varias de sus incursiones desde una óptica cinematográfica: decidía la ubicación de las cámaras y ordenaba a sus Dorados cómo debían cabalgar y por donde debían desfilar para no romper la estética del encuadre.
Pancho Villa, icono de la Revolución
Con este bagaje cinematográfico no resultó extraño que la figura de Francisco Villa se convirtiera, con permiso de Emiliano Zapata, en una figura iconográfica de la revolución. La ficción hollywoodense no tardó en fijarse en él y en el año 1918, George Humbert lo encarnó en «Why America will win». En 1934, Wallace Beery interpretó dos de sus roles más inolvidables: John Silver en «La Isla del Tesoro», de Victor Fleming, y Pancho Villa en «¡Viva Villa!», de Jack Conway; José Elías Moreno guió a los Dorados en «Si Adelita se fuera con otro» (1936); Pedro Armendáriz en «Vuelve Pancho Villa» (1950) y Alan Reed en el clásico de Elia Kazan «Viva Zapata!» (1952). Pedro Armendáriz Jr. también lo encarnó en la película de Luis Puenzo «Gringo viejo» (1989); un drama que especulaba sobre la misteriosa desaparición del célebre escritor estadounidense Ambrose Bierce en el transcurso de la Revolución Mexicana. Para finalizar este breve repaso, destaca la interpretación que el polifacético Edward James Olmos realizó en uno de los episodios de la teleserie «American Family» (2002) y la aportación del actor malagueño Antonio Banderas en el biopic catódico «And starring Pancho Villa as himself» dirigida en el año 2003 por el todoterreno Bruce Beresford.
También la primera película sonora mexicana dedicada por completo a la Revolución Mexicana tenía a Villa como protagonista; lleva por título «Revolución: La sombra de Pancho Villa» y fue dirigida por Miguel Contreras Torres. Entre los años 33 y 35, Fernando Fuentes realizó un ambicioso proyecto denominado «Trilogía revolucionaria», que incluía los títulos «Prisionero 13», «El compadre Mendoza» y ¡Vámonos con Pancho Villa!». Uno de los autores más destacados de la denominada «Época de Oro del Cine Mexicano», Emilio Indio Fernández, dedicó al levantamiento campesino obras como «Flor silvestre» (1942) y en el 70, Paul Leduc se inspiró en las excelentes crónicas del periodista norteamericano John Reed para llevar a cabo «Reed, México insurgente».
En los 90 se intuye la presencia, casi fantasmal, de Villa en la película de Jesús Ochoa «Entre Pancho Villa y una mujer desnuda» y, a pesar de que la acción armada no tenga protagonismo, en la adaptación que Alfonso Arau llevó a cabo de la novela de Laura Esquivel «Como agua para chocolate», se atisba la decadencia del gobierno de Porfirio Díaz. El propio Arau se encargó de escribir y dirigir, en el año 2004, el biopic «Zapata: El sueño de un héroe» en el cual se alternaban los aspectos más místicos y guerrilleros del líder indígena.