La designación de Juan Luis Ibarra como nuevo presidente del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco (TSJPV) ofrece varias lecturas. La primera tiene que ver con el perfil del elegido. Cercano a las posiciones ideológicas del Foro de Ermua, Ibarra fue recusado por Juan José Ibarretxe por esa razón en el juicio contra el diálogo político. Ese juicio supuso, además, un grave descrédito para su predecesor, Fernando Ruiz Piñeiro. A pesar de ser fundador de Jueces para la Democracia, Ibarra simpatiza abiertamente con el sector reaccionario de la judicatura, que lo ha apoyado de manera entusiasta. El nuevo presidente tampoco sabe euskara. Todo ello hace que se sitúe muy lejos de los puntos de encuentro básicos de la sociedad vasca. Una segunda lectura tiene que ver con la manera en la que se eligen este tipo de cargos. Las decisiones del Consejo General del Poder Judicial se muestran totalmente ideologizadas en el peor sentido de la palabra y corresponden más a una lógica de reparto de poder que al mérito profesional de los candidatos. Se presenta a la Justicia como ciega, pero está claro que en este terreno no hay más ciego que el que no quiere ver.