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Maite Ubiria Periodista

Pues sí, la calle está de un gas...

El primero de abril es para los ciudadanos de Zuberoa, Nafarroa Beherea y Lapurdi lo que el 28 de diciembre es para sus compatriotas del sur. Y en ese día en que se autorizan oficialmente todas las bromas, GDF Suez se reirá a sus anchas de seis millones de usua- rios de todo el Hexágono.

Y no le faltan motivos, ya que en un momento en que las cifras del desempleo están por las nubes y la moral de los hogares por los suelos, la multinacional ha logrado que la comisión encargada de fijar las tarifas energéticas aplique una subida del 9,7% en el recibo del gas.

El Gobierno de Sarkozy, el mismo que llenó con dinero público las arcas de los bancos, también puede sumarse a la fiesta. La responsabilidad no está en sus manos. Para eso decidió, a finales de 2009, ceder a una comisión independiente la tarea de determinar las tarifas.

En plena chanza, ese organismo ha demostrado su gran independencia firmando sobre el papel en blanco que le ha presentado GDF, y ha colgado en la espalda de los usuarios un monigote en el que se puede leer: aquí te va la mayor subida del gas desde 2005. O si se prefiere, mira tonto para qué sirve que el Estado al que pagas tus impuestos conserve el 35% de capital de la heredera de Gaz de France.

GDF Suez se escuda en el encarecimiento de los costos de abastecimiento y transporte para justificar el patadón a la factura. En su cuenta de resultados nada indica que la multinacional pierda gas. Todo lo contrario. Se lamenta, eso sí, de haber ganado un 28% menos de lo que quería. ¡Qué broma pesada para ese millón de ciudadanos que agotará este año todas sus prestaciones sociales en el Estado francés!

Al que no le hagan gracia los de Suez que mire, para consolarse, el balance de Bolloré. El segundo distribuidor de fuel doméstico del Hexágono dobló su beneficio neto en 2009.

Los gigantes de la energía soportan bien la crisis, pero sin relajarse un minuto. Y, por descontado, no están dispuestos a consentir que con excusas vanas como la solidaridad o el medioambiente se ponga coto a su afán de expansión.

Para reirle las gracias, Sarkozy ha metido en el cajón la tasa carbono y promete podar el árbol del sistema público hasta dejarlo como un bonsai. Sordo ante las protestas sociales, sigue el chiste a los que manejan el interruptor. También el del Elíseo.

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