Polanski no necesita estar en Hollywood para hacer el mejor cine que se pueda ver hoy en día, ya que se sirve y se basta para desde Europa sacar los máximos resultados con presupuestos exiguos. El deslumbrante logro obtenido con «El escritor» resulta aún mayor, a nada que se tengan en cuenta las adversas circunstancias que han rodeado a esta producción, que ha salido adelante con bien gracias a que el cineasta de origen polaco se lo ha tomado como algo personal. Sobre el papel se trataba de un simple encargo consistente en la adaptación de la novela conspirativa de Robert Harris, pero Polanski se ha implicado tanto que la película acaba conectando de lleno con el resto de su obra, marcada por obsesiones paranoicas y una más que comprensible manía persecutoria. Hasta el punto de que «El escritor» puede ser comparada con las más claustrofóbicas y angustiosas de sus realizaciones. El cerrado juego psicológico que se establece entre el protagónico Ewan McGregor y un intrigante Tom Wilkinson recuerda al que mantenían Sigourney Weaver y Ben Kingsley en «La muerte y la doncella». Los escenarios aislados en una isla comunicada con la costa sólo por ferry, remiten directamente a los de «Cul de Sac». Y, sobre todo, el radical anonimato al que se ve impelido el escritor del título entronca con la delirante perdida de identidad reflejada en «Le locataire».

Difiero de quienes admiten que «El escritor» es un perfecto thriller de suspense, pero que lo califican de menor por su naturaleza genérica. Es tanto como decir que no es suficiente con exhibir el oficio de un Hitchcock, sin considerar que estamos hablando de una intriga psicológica que dice mucho sobre las enfermedades sociales y políticas de nuestro tiempo. La secuencia del GPS es una genial actualización de los momentos más tensos e inquietantes creados por el maestro, lo mismo que la forma de dirigir a las actrices, en especial a Olivia Williams, que es quien maneja los hilos en la sombra como esposa del émulo de Tony Blair.