Es muy de alabar la valentía y decisión de Fatih Akin, que se la ha jugado con una comedia abiertamente gamberra tras ganarse un prestigio dentro del cine de autor europeo con sus intensos dramas interraciales sobre la inmigración. Sale airoso del desafío, salvando la mayor dificultad que entraña el género del humor, gracias a la entrega de todos sus intérpretes, con el trío estelar formado por el griego Adam Bousdoukos, el turco Birol Ünel y el alemán Moritz Bleibtreu al frente. Los tres componen unos personajes entrañables y divertidos que consiguen superar los muchos obstáculos que va colocando en su camino un guión representativo de la actual crisis económica, sin que la sangre nunca llegue al río. Es un vitalismo o positivismo de concepción alternativa, ya que estos bohemios de la ciudad de Hamburgo practican un tipo de vida anárquico y completamente contrario al capitalismo especulativo. Tratan de sacar adelante un restaurante con música llevados por un espíritu romántico que no entiende de los intereses del negocio y de lo que es venderse al mejor postor.

«Soul Kitchen» desarma por su sincera ingenuidad, ya que no hay malicia ni en los protagonistas ni en los derroteros por los que les lleva el accidentado argumento. Todo resulta tan bienintencionado que hasta se le puede perdonar algún que otro infantilismo, como cuando en la secuencia de la subasta inmobiliaria Udo Kier se traga un botón en vez de una de sus pastillas contra el estrés, lo que le impide pujar para hacerse con el solar donde se encuentra el local del título. En compensación, Fatih Akin nos ofrece un arrollador recorrido por la noche de Hamburgo, durante el cual el picoteo y los tragos combinan perfectamente con un festival multiétnico de músicas y tendencias que se prestan al mestizaje. La cámara es tan ágil que los bailes y banquetes se suceden sin interrupción, transmitiendo a este lado de la pantalla la sensación lúdica de un rodaje en el cual todo el equipo tuvo que pasárselo en grande.