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ASTEA MUNDUAN

De la Chechenia masacrada a los ardientes brazos de Alá

Dabid LAZKANOITURBURU

Periodista

Una mujer se postra en el andén de la estación del metro de Moscú y reza a Alá, ante las miradas, mezcla de desprecio y curiosidad, de los moscovitas. Poco después estallará en pedazos dentro de un vagón en una estación de la línea roja que recorre, bajo suelo, la principal arteria de la capital rusa.

Nada puede justificar tamaña acción. Argumento impecable, pero tanto como el contrario. Ningún atentado debería poder justificar el bombardeo de pueblos, los «paseos» nocturnos que acaban con los jóvenes chechenos, ingushes, en las cunetas... Y Rusia lo hace, con la complicidad del mundo.

El Kremlin aplicó la «solución final» al problema checheno criminalizando sus ansias de independencia al situarlas bajo la órbita del islamismo radical.

10 años después, Moscú ha logrado su objetivo por partida doble. El independentismo checheno ya no existe y la actual insurgencia le ha acabado dando la razón.

Los chechenos irredentos que quedan ya no luchan solos contra el imperio. La política colonial y genocida rusa en todo el Cáucaso mueve a cientos (o miles) de jóvenes al maquis. Y el islam más rigorista, con sus promesas de imponer orden, promover la justicia social y dar sentido a una vida que allí no vale nada, gana adeptos en torno a una vieja causa: un Cáucaso libre y musulmán.

Ocurrió en el Afganistán de Bin Laden y los suyos, en la Palestina de Hamas y ha ocurrido ahora en el Cáucaso. Es un viejo guión. Los imperios, grandes o pequeños, alimentan, consciente o inconscientemente, situaciones que acaban estallándoles en la cara. Es la opción entre el enemigo y el caos.

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