Sudáfrica y el fantasma del apartheid
Miles de granjeros blancos participaron ayer en la ciudad de Ventersdorp, al noreste de Sudáfrica, en los funerales por la muerte de Eugène Terre'Blanche, líder del Movimiento de Resistencia Afrikáner (AWB). Gran parte de los asistentes a los oficios religiosos, celebrados en medio de un impresionante dispositivo policial, vestían trajes paramilitares y portaban la ostentosa simbología nazi que caracteriza a este partido de extrema derecha. Terre'Blanche murió el pasado sábado, al parecer, víctima de la agresión de dos de sus empleados negros.
Si durante toda la semana portavoces del AWB han tratado de arrancar rentabilidad política al suceso, despertando viejos fantasmas del apartheid, ayer mismo su secretario general, Andre Visagie, denunciaba una pretendida «matanza de blancos por parte de negros». En la antesala de los funerales, un destacado militante del partido supremacista llegaba a asegurar que «si quieren guerra, tendrán guerra». Transcurridos 16 años desde el fin del apartheid, capítulos como el vivido ayer ponen de manifiesto que las heridas están en vías de cauterización, pero siguen sin haberse cerrado del todo.
Los trabajadores que mataron a Terre'Blanche lo hicieron tras una violenta discusión porque éste se negaba a abonarles la mensualidad que les correspondía por su trabajo: 30 euros. Desde luego, si estos cruentos hechos que ocupan la actualidad informativa sudafricana tienen algún tinte ideológico, no es el que pretende airear el partido filonazi. Tras la violencia del episodio hay que buscar la realidad de un país cuyo terreno productivo sigue en su inmensa mayoría en manos de los granjeros blancos que, además, no dudan en explotar a los trabajadores negros, como deja bien claro el montante del sueldo que originó el suceso. En Sudáfrica, el 80% de la población es negra. Los blancos sólo representan el 9%, pero tienen bajo su control la economía del país. Esa, y no otra, es la lectura política de lo sucedido.