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Absolucón por el «Caso Egunkaria»ç

«No hubo control judicial suficiente»

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Los malos tratos y torturas denunciados por los imputados tras la detención incomunicada fueron escuchados por el tribunal en la vista oral. En la sentencia emitida ayer, los tres magistrados reconocen que los testimonios fueron ofrecidos con detalle y que «son compatibles con lo expuesto en los informes médico-forenses emitidos». Sin embargo, la Audiencia Nacional se limita a señalar en tan sólo un párrafo de las 33 páginas de la sentencia que «no puede llegar a conclusiones jurídico penalmente relevantes, salvo constatar que no hubo un control judicial suficiente y eficiente de las condiciones de la incomunicación».

De esta manera, la sala presidida por el juez Javier Gómez Bermúdez prolonga la desatención judicial a estas denuncias producida también en otros juzgados. Iñaki Uria, Martxelo Otamendi, Xabier Oleaga y Xabier Alegria -éste último finalmente no fue procesado en este causa- interpusieron iniciativas judiciales por el trato recibido en comisaría, pero todas fueron archivadas.

La querella de Uria fue tramitada en el juzgado de Donostia. Llegó a declarar en la capital guipuzcoana. Al final la Audiencia española se hizo responsable del caso y lo archivó. Otamendi es el que ha ido más lejos, y después de que se diera carpetazo a su denuncia ha decidido recurrir al Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo. Todavía está en trámites.

A pesar de todo, el escalofriante testimonio de Otamendi ante los medios nada más abandonar la Audiencia Nacional todavía permanece grabado en la retina de la sociedad vasca. Con aspecto demacrado y la mirada perdida, el director del diario clausurado resumió así su periodo de detención: «Ha sido cruel, absolutamente inhumano».

Uria, Alegria y Oleaga también denunciaron torturas terribles en días posteriores. Torrealdai no pudo hablar de ello hasta muchos meses después, en un programa de televisión.

El alcance de estas denuncias fue tal que el Gobierno de Aznar tomó una iniciativa que pocas veces había adoptado. El Ministerio del Interior de Acebes interpuso una querella contra los cinco denunciantes por «falsedad» y por «injurias y calumnias» contra la Guardia Civil. Acebes argumentó además que con la denuncia de torturas los detenidos habían «colaborado con banda armada», basando su tesis de que «ETA ordena a sus miembros que denuncien haber sido torturados con el objeto de desprestigiar a las Fuerzas de Seguridad del Estado».

Este es un resumen de los testimonios sobre el tiempo que permanecieron incomunicados en manos de la Guardia Civil, unos relatos que impactaron especialmente:

«Solicité que me dieran un tiro»

Martxelo OTAMENDI

«Pasé tres días enteros de pie. Sólo me permitieron sentarme, que no dormir, por periodos de unos veinte minutos cada cuatro cinco horas. (...) Lo primero que me dijeron es que `este viaje dura cinco días, si nos das la información que queremos sólo pasarás un mal día y descansarás tranquilamente, (...) pero queremos que sepas que aquí canta todo dios, o sea que empieza a cantar cuanto antes que será mejor para ti'. (...) Alegué durante todos los interrogatorios el derecho de los profesionales de la información a acogernos al secreto profesional. Cada vez que apelaba a ese derecho la reacción de los agentes era de insultarme a mí, a la Constitución española, al sistema de libertades, a la Audiencia Nacional, al juez Garzón,... con frases como `nos pasamos por los cojones la puta Constitución, los jueces, las libertades, la democracia,...' Estando de pie me colocaron, tocando la sien izquierda, un objeto metálico que hizo un sonido semejante al que hace una pistola en las películas. Inmediatamente después me hicieron tocar una pistola con la mano. (...) Fui objeto de humillaciones y vejaciones homofóbicas, me amenazaron con difundir por internet fotografías relacionadas con mi vida privada. (...) Me colocaron un plástico en la cabeza por dos veces, lo aprietan al cuello pero sin ahogar. Entre las dos sesiones de la práctica del plástico, solicité a mis interrogadores que dieran fin a aquella situación dándome un tiro».

«Me metieron en un artmario»

Iñaki URIA

«Al principio me mantienen de pie mientras me interrogan. Como no respondo, me hacen subir el brazo derecho por encima del hombro. Luego me quitarán la camisa y la camiseta. Aún con los brazos en alto, me hacen ponerme en cuclillas, arriba y abajo. Una y otra vez. Hasta reventar. (...) Entonces caes redondo al suelo granulado de goma. Está mojado y tú en calzoncillos. En ese momento siento un pinchazo en el pecho: en la parte derecha, a la altura de donde empiezan las costillas flotantes. Los pinchazos son cada vez más fuertes. (...) Tratan de humillarme: `pobre diablo, no sabes lo que tus compañeros piensan de ti, que hasta tus empleados hacen lo que les da la gana, mediocre, inútil'.... (...) Me quitaron la capucha y me pusieron una bolsa en la cabeza. Con la respiración el plástico se me pegaba cada vez más, primero a la cara y luego a la boca. (...) Me amenazaron con la cuerda, con colgarme... pero no me colgaron. Me metieron un momento, desnudo, helado de frío, mojado,..., en una especie de compartimento o armario de chapa de acero. (...) Me arrojan a una especie de pupitre de chapa. Estoy con la bestia. El animal, con la respiración entrecortada, hace gestos, grita, hace ruidos... y me echa agua. Por la cabeza, por el cuello, a la espalda. Me baja los pantalones y me da pequeños golpes con la mano en la nalga. Posteriormente comienza a golpearme las nalgas con una madera redonda, un palo o la pata de la mesa. Me amenaza con penetrarme y hace un par de gestos pero lo deja».

«Perdí el conocimiento»

Xabier OLEAGA

«En otra celda contigua, otro de los detenidos pedía que le dejaran hablar con el juez. Empezó a pegarse la cabeza contra la pared. Los guardias civiles empezaron a ponerse nerviosos. (...) En eso, no sé si por la claustrofobia o la tensión, perdí el conocimiento y me caí. No se cuanto tiempo estuve así. Pienso que unos pocos minutos. Se empezaron a poner nerviosos. Decían bastante preocupados que quizás tendrían que llevarme al hospital. (...) Más que daño físico, me presionaron síquicamente y me agotaron mentalmente. Simularon más que aplicaron. Me pegaron, pero sin hacerme daño físico, con la palma de la mano, con palos de papel, con pelotas de papel, me empujaban para marearme. Y cuando me ejecutaban con la pistola en la cabeza, no eran muy creíbles».

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