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Jon Odriozola Periodista

O sea que era esto

¿Les enseñarán a nuestros retoños, acaso, marxismo como furibundos sociatas que profesan ser? ¿Les explicarán estos sociolistos lo que es la lucha de clases? ¿Les hablarán de explotados y explotadores?

Teníamos mi quinta y yo, cuando existía el Bachillerato, un ocioso profesor falangista que nos impartía (¿) Formación del Espíritu Nacional (FEN). Era una asignatura «maría» que se daba un día a la semana. Este «maestro» era un cachondo que odiaba tener que dar siquiera esa hora semanal de clase y siempre estaba pensando en sus chuflas. Pero había algo que le ponía mártir. No soportaba que nosotros, el alumnado que ya rebasamos la cincuentena, llamáramos «política» a su asignatura, esto es, la FEN. No es que le entrara urticaria -era un vividor-, pero le incomodaba muchísimo que empleáramos ese término «política». Era ceutí y le apodábamos Mamoavé, porque cuando empezaba su clase, en vez de decir: «vamos a ver», decía -con un acento muy cálido-: «mamoavé». Sabía esto pero no le importaba y hasta se descojonaba. No estaba allí para adoctrinar, sino para cobrar.

El adjunto de este parrasplas era un pícaro de baja estofa que se apuntó para medrar en el Frente de Juventudes (la OJE, como se decía entonces), una especie de boy-scouts a la españolísima manera, con aire militar tipo Baden-Powell, y gestionaba un antro que se suponía era sede de la Guardia de Franco (Bono igual lo conoció). No había tal, sino un bailongo donde este buscón -un oportunista desideologizado y amoral- se sacaba bastantes pelas cobrando la entrada -el ticket- a los que íbamos allí a ligar, tomar un trago y echar un tiento a las mozas. La ventaja era que no había curas husmeando.

Como puede verse, nuestras intenciones no eran nada «políticas», aunque sí aviesas. Desdichadamente, no tuvimos la suerte de nuestros hijos en aquel tardofranquismo. Hoy, eureka, gracias al «psoecialismo vasco», nuestros vástagos sabrán, at last (por fin), en qué consiste la auténtica y muy verdadera FEN dizque la «política». Y ello merced al revolucionario plan de, a ver si lo digo bien, «Convivencia Democrática y Deslegitimación de la Violencia»». ¿Les enseñarán a nuestros retoños, acaso, marxismo como furibundos sociatas que profesan ser? ¿Les explicarán estos sociolistos lo que es la lucha de clases? ¿Les hablarán de explotados y explotadores? ¿Les dirán que forman parte de una nación oprimida a la que, por fas o por nefas, no dejan pronunciarse ni decidir qué cojones quieren ser? ¿Tal vez, por ventura, ya llegó la hora de que nuestros infantes sepan la verdad y los centros públicos e ikastolas dejen de ser nidos y viveros de futuros «terroristas» como hasta ahora? ¿Les instruirán sobre qué es un Estado de Derecho (como Dios y la Guardia Civil manda), ese comodín y joker histriónico del que ya hablaba Franco y algo diremos, si sobrevivimos a tanta molicie, en otro artículo?

No, no harán nada de esto. Mostrarán qué es un zulo, lo que antes se llamaba «cárcel del pueblo». Inyectarán, con aguja hipodérmica, que un pueblo, o lo mejor de él, no tiene derecho a defenderse con las armas que estime oportuno y no con las que le digan. Porque no es lo mismo la violencia de respuesta que el terrorismo de estado, algo que ya sabían los escolásticos españoles del siglo XVI. Todo está claro, demasiado claro para soportarlo. Por eso usan la fuerza y la represión y no la razón.

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