Koldo Campos Escritor
La objetividad
Maldito concepto que aspirando a preservar su virtuosa fama más allá de su entierro y a no poner en evidencia su virginal criterio y graciosa majestad, acostumbra a prescindir alegremente de la sangre como si no le importara renunciar también al aire, como si no tuviera la carne derecho a la palabra.
Es por ello que, en aras de la pretendida objetividad, se han cometido los desatinos más hirientes y callado las más infames ignominias.
Así, la historia se nos ha ido llenando de objetivos tiranos de ecuánimes procedimientos que nos legaron equitativos cadáveres de neutrales responsos.
La objetividad, como otros muchos conceptos de honorable prestancia, hace demasiados años que fue secuestrada por quienes se erigen en pública opinión y dilucidan, siempre objetivamente y más a diestra que a siniestra, sus comedidos juicios, sus objetivos pareceres, para que cuanto más ecuánimes resulten sus ponderadas opiniones, tanto más se les recompensen los dislates y se les dispensen cámaras, páginas y micrófonos.
Sirve la objetividad en boca y manos de tan esforzados intérpretes para ocultar crímenes y disimular culpas, para justificar abusos y exculpar atropellos, para festejar vilezas y denigrar decoros.
No hay implicado que no apele a la objetividad como disculpa, ni defensa que no se ponga a buen recaudo en el beneficio de la objetividad.
Porque los talantes llamados objetivos carecen de alma y de memoria, nunca corren el riesgo de que los desarme su palabra.
Porque sí disponen de recelos y bolsillos, siempre van a quedar al descubierto cuando los delate su silencio.