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Fede de los Ríos

Barack dice mierda, el de la ceja amén

Nuestro José Luis, pelín palidecido por la emoción, sobrepúsose a un ligero tartamudeo, cuadrose con marcial gesto, y, en un inglés más que fluido, respondiole: «Yes, We can Mr. President!»

A las cinco de la tarde del pasado martes Rodríguez Zapatero recibió una llamada telefónica de Obama: «Hay que calmar los mercados» díjole el Nobel de la Paz, custodio de Guantánamo y Príncipe del Orbe. Nuestro José Luis, pelín palidecido por la emoción, sobrepúsose a un ligero tartamudeo, cuadrose con marcial gesto, y, en un inglés más que fluido, respondiole: «Yes, We can Mr. President!».

¿Cómo llevar la calma a los mercados? Sencillo. Satisfaciendo a los mercaderes vulgo patronos. Y ¿cómo muestran los patronos satisfacción? Elemental, queridos, procurándoles mayores beneficios. Maneras de hacerlo: facilitando la especulación financiera; incrementando la productividad mediante técnicas innovadoras o aumentando el tiempo de trabajo gracias a nuevas legislaciones; abaratando el coste del capital variable (salarios y despidos por ejemplo). En resumen y en claro castellano: disciplinando y jodiendo al obrero mediante un endurecimiento en las relaciones de producción. La privatización de las ganancias y la socialización de las pérdidas son dos leyes o principios que conforman la relación espacio-temporal del universo capitalista. El aceptar tales principios, en lo económico, es lo que garantiza al PP y al PSOE poder concurrir en lo que llaman «La Política».

¿Hace falta más dinero con que obsequiar a la banca por su gran aporte a la crisis financiera y al aumento de la deuda pública? No problem, Mr. President. Los socialdemócratas españoles se lo quitaremos a trabajadores públicos y a pensionistas. Si durante la década que va de 1997 a 2007, la económicamente prodigiosa, el poder adquisitivo de los asalariados españoles, según datos oficiales, descendió un 4%, ahora, con el fantasma de la crisis y la colaboración sindical, la cosa será coser y cantar.

Una y otra vez suscribimos acuerdos y firmamos convenios con miserables que carecen de palabra y así nos va. En esta democracia de guiñol damos el voto a hipotéticos representantes defensores del interés popular. Permanecemos atentos a la función mientras en el espacio de la representación unos muñecos, cada vez más grotescos, caricaturas ya de sí mismos, parecen enfadarse, discutir o acordar entre ellos como si tuviesen vida propia. Los diferentes colores chillones de las bambalinas ocultan a nuestra vista las manos que mueven los títeres. Si por lo menos pudiésemos votar en las elecciones norteamericanas o nos dejaran participar en la elección de los dirigentes del FMI, del Banco Mundial o siquiera del Banco Central Europeo, al menos digo, podríamos decir que participamos en la elección de nuestros verdugos, representantes directos del Capital.

«El euro es bueno para todos y, además, facilita los viajes al extranjero», me decía hace años un vecino, trabajador por cuenta ajena. Cada vez que coincido en el ascensor imagino cambiar un billete de 500 en monedas de 2 e introduciéndoselas una a una por el orto. A la manera griega, mientras canto el Himno de la Alegría. Pero dicen que eso es violencia y, al igual que asesinar a los ricos, éticamente malo. No sé yo.

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