Gran Bretaña: descarnada batalla y desenlace final
Dabid LAZKANOITURBURU | Periodista
Siendo el poder el primer y último objetivo de la política, está claro quién ha ganado y perdido en la apasionante pugna electoral británica.
Esta vez se ha cumplido el adagio de que la derrota siempre se sufre en solitario. El problema es que cuando hay dos ganadores hay que repartir el premio y el precio a pagar por él sube.
El conservador David Cameron ha llegado al fin al número 10 de Downing Sreet, poniendo punto final a 13 años de travesía en el desierto conservadora. Pero lo ha hecho sin arrasar y mucho menos convencer. Y obligado a pactar con los liberal-demócratas de Nick Clegg.
Este último defraudó las grandes expectativas generadas en los debates televisados. Pese a que incrementó en un punto el porcentaje de votos a su formación, volvió a chocar con su enemigo histórico, el sistema electoral mayoritario.
No obstante, ha podido rentabilizar su pequeño éxito -o pequeño fracaso, según se mire-, negociando su entrada en el Gobierno.
Otra cosa es el coste que ello pueda suponerle de cara a su electorado, dividido casi a partes iguales por el odio a tories y a laboristas.
Los barones del laborismo infligieron una segunda derrota a su premier, ninguneándole después de que hubiera ofrecido su sacrificio a cambio de una coalición progresista con los lib-dems.
Justifican la última puñalada en la necesidad de reagrupar fuerzas y en la esperanza de que los malos tiempos que corren y las desavenencias internas desgasten a la coalición conservadora-liberal. Un cálculo arriesgado que podría concluir en su tercera derrota. Para otros 13 años.