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Antonio ALVAREZ-SOLIS Periodista

¿Qué color tiene el camaleón?

Su deseo era ser ministro con cualquiera de los dos. Y ninguno de los dos se fió de él. El camaleón iba cambiando de color según se acercaba al sol. Y aumentaba su furia cuando todo acababa con un paseo sobre las piedras frías de la indiferencia gubernamental. «Madre, yo quiero ser ministro». Me recordó siempre a Luis de Galinsoga, periodista insigne del régimen franquista: «Ministro, aunque sea de Agricultura». Metió a socialistas en la cárcel por delitos de sangre y desfalco, pero se le salieron pronto. Como decía Don Quijote a Sancho: «¿Acaso has visto, hermano Sancho, a algún poderoso en prisión?». Pero a él eso de que no duraran en la celda no le interesaba en absoluto. El caso era labrarse un perfil de d'Artagnan. Ahora pretende encarcelar a los del PP, aunque se le salgan enseguida. También anduvo tras el general Pinochet, a sabiendas de que ladraba a la luna. Todo menos buscar, con la Ley de Memoria Histórica en la mano, los expedientes de ejecuciones en las Capitanías Generales de Franco y mostrar los huesos de los asesinados. Pero ahí daba en el hueso mismo del poder militar. ¿Y puede hacer eso un sucesor del Tribunal de Orden Público? El camaleón cambió de color y unos centenares de excomunistas vendidos al socialismo y de comunistas vendidos a la nada sacaron a relucir los colores mágicos: el rojo, el gualda y el morado para arropar a un héroe adquirido en un todo a cien. Un héroe que azotó con las leyes represoras la libertad democrática en Euskadi, que jamás investigó una tortura evidente, que viajó medio mundo para preparar su futuro. ¿Quizá la presidencia de la III República? ¿Quo vadis, Garzón?

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