A veces los contratiempos iniciales pueden tener finales felices, visto el resultado de la decisión de abordar primero el Annapurna (8.091 metros) y luego el Shisha Pangma (8.027). Dos meses y medio después del imprevisto, por exigencias del gobierno chino tras denegarles un tempranero permiso, están a punto de celebrar los 14 ochomiles de Edurne Pasaban, segunda mujer en conseguirlos mientras no se demuestre lo contrario, y de escribir el último capítulo de esta expedición que suma ya 75 jornadas.

El 17 de abril coronaba el Annapurna, su montaña más temida, y justo un mes después -por coincidencias del calendario- el Shisha, la más testaruda. Ninguna de las dos le ha planteado las secuelas físicas de otras experiencias anteriores. De la primera regresó radiante y de la segunda, salvo percance del campo 2 al base, que se espera tranquilo y con buenas condiciones meteorológicas, probablemente más. Porque el ochomil más bajito, en noveno lugar del ranking de peligrosidad, se ha mostrado terco y le ha obligado a invertir cinco intentos.

Una ruta más directa

A las 7.52 hora de Euskal Herria -cuatro horas más en el Tibet- la tolosarra, acompañada por Asier Izagirre, Alex Txikon y Nacho Orviz, además de por cuatro sherpas, pudo al fin alcanzar «El trono de los Dioses» haciendo una pequeña variante a la ruta de Iñaki Otxoa de Olza, abierta por el malogrado alpinista navarro en 2006. Compartieron el momento los integrantes de la expedición italiana Mario Panzeri, Michele Compagnoni y Alberto Magliano, mientras que también fue día de cumbre para el bilbaino Juanra Madariaga.

La guipuzcoana cerraba el círculo y su web colgaba el vídeo para dejar oir su inconfundible voz entrecortada. «Han sido un montón de años. Tendría que dar las gracias a mucha gente y no podría... Gracias a todos: a mi familia, a mis amigos, a todos los que habéis hecho posible que subiera a los catorce ochomiles, a todo el mundo que se ha quedado en el camino... Gracias a todos de verdad, de corazón. Os quiero mucho a todos».

Seis horas y media antes iniciaban el último tramo desde el campo 3, algo más tarde de lo previsto porque según relató el médico del equipo, Pablo Díaz-Munio, «tuvieron que ayudar a otra expedición con problemas de frío». El buen tiempo, «inmejorable» para el galeno, facilitó el ascenso e incluso tras las fotos, los abrazos y las comunicaciones de rigor propició que en un primer momento se barajara la posibilidad de descender de tirón hasta el campo base.

Tras desmontar el campo 3, hidratados y después de comer algo, prosiguieron la marcha hacia el campo 2 donde decidieron pernoctar y reponer fuerzas de 12 horas y media de trasiego. Todavía les separan 4 ó 5 del relativo confort del campo base donde hoy mismo podrán empezar a festejarlo. Será en equipo, con ese bloque homogéneo que ha compartido las últimas vivencias. Montañeros y cámaras, un médico pendiente de mantener la forma física del grupo y un meteorólogo portugués a distancia cuyas certeras previsiones les han permitido aprovechar esas ventanas que abren las puertas del cielo. Gentes en escenarios ya cercanos, pese a la lejanía, por la gracia de internet, teléfonos satélites y medios de comunicación.