Análisis | ¿adiós al nuevo laborismo?
La Tercera Vía cierra con revés electoral y una crisis global
Trece años ha durado en el poder el Nuevo Laborismo de Blair y Brown. Las campanas suenan ahora por los tres
Dabid LAZKANOITURBURU
La derrota en las elecciones británicas de Gordon Brown, quien sucedió a un Tony Blair políticamente muerto, ha certificado la defunción del Nuevo Laborismo, confirmada incluso por sus principales inspiradores. No obstante, la base ideológica sobre la que se asentó la reforma del laborismo en los noventa, la asunción sin complejos del liberalismo, no parece en riesgo de muerte pese al colapso general provocado por la crisis global.
El frenesí postelectoral en Gran Bretaña, donde cinco días después de los comicios ya tenían un Gobierno de coalición conservador-liberal -24 horas antes de su firma todo apuntaba a una alianza liberal-pro- gresista-, ha dejado poco espacio para el análisis de una de las grandes derivadas de los comicios del 6 de mayo. Una derivada que, además, afecta a los perdedores, que normalmente y precisamente por ello suelen ser relegados al olvido.
Nos referimos al futuro, o ya simplemente pasado, de la experiencia política que, personificada en el tándem Blair-Brown, fue bautizada a media- dos de los noventa como el New Labour, en contraposición al laborismo histórico.
El propio inspirador de la Tercera Vía- de la que bebió el New Labour-, el sociólogo Anthony Giddens, ha escrito estos días una reflexión testamentaria en la que certifica la defunción de este último fenómeno y que aprovecha para, como en todo obituario, reivindicar sin sonrojo alguno al fallecido.
Conviene, antes de nada, certificar el deceso y proceder a la identificación.
El Nuevo Laborismo es un intento, exitoso por cuanto ha tenido 13 años para mostrar su virtualidad en el poder, de superar la lógica socializante y más o menos estatalista del laborismo a través de la asunción de buena parte del recetario liberal.
Esta experiencia encontró terreno abonado en Gran Bretaña, donde el liberalismo cuenta con una amplia y casi unánime tradición y donde, al contrario que en el continente, el propio laborismo nunca se reclamó como marxista, sino que se inspiró en el humanismo fabiano y en una suerte de reformismo social.
Todo fenómeno político novedoso precisa, además de un humus o terreno histórico abonado, de una coyuntura. Y ésta se presentó de una manera muy favorable a mediados de los años noventa. La era thatcherista había llegado a su fin y los conservadores mostraban profundos signos de agotamiento.
Pero habían hecho bien su trabajo, laminando las luchas sindicales y obreras y recortando drásticamente conquistas sociales anteriores.
A mediados de los noventa, el tándem Blair-Brown consuma el giro presagiado por su antecesor al frente del laborismo, John Smith, y rompe amarras con los sindicatos, las históricas Trade Unions. Su mensaje es sencillo, peligrosamente ingenuo, casi tautológico. Parafraseando a Giddens, «una economía crecientemente próspera generaría los recursos para financiar la inversión pública sin necesidad de aumentar impuestos».
Es la cuadratura del círculo. El liberalismo económico como garantía para el bienestar de toda la sociedad y, de paso, de los más desfavorecidos. El Nuevo Laborismo se rinde así a la lógica empresarial y financiera (la City) y muestra tanta deferencia a la «libertad de mercado» como animadversión a la redistribución de las riquezas vía impuestos o a la participación estatal en la economía.
Esta idea-fuerza imprimirá un sello tecnocrático a las tres -mejor decir dos y media- legislaturas de Blair. Esta idea y su corolario, el de que el laborismo no debía avergonzarse para nada -al contrario, debía hacer ostentación de ello- y hacer suyas muchas de las inquietudes propias de la derecha, como la seguridad y la defensa de una política exterior agresiva.
De ahí no media ni medio paso al recorte drástico de libertades civiles y derechos registrado en los últimos años en Gran Bretaña -en nombre del «antiterrorismo»- y a la participación entusiasta en la invasión estadounidense de Irak.
Una aventura que, según muchos, se cobró su factura con la salida de Blair y ha sido determinante en la derrota del laborismo en las últimas elecciones.
Identificado el fenómeno, es el momento de verificar si tiene pulso. Hay quien sostiene que el New Labour sobrevivirá a sus fundadores, ya que está fuertemente presente en un importante sector de los barones del laborismo británico.
No lo tiene fácil en estos tiempos, cuando la crisis global ha dejado en evidencia que el sueño de la prosperidad bajo el neoliberalismo terminaba en una pesadilla.
Giddens reconoce que «de la noche a la mañana, todo ha dado marcha atrás: el keynesianismo y la intervención gubernamental están de regreso».
Eso está por ver, a la luz de la ofensiva neoliberal, visible en los planes de ajuste de las economías europeas.
Pero, más allá de vaticinios, lo que sí parece es que el Nuevo Laborismo podría sobrevivir, paradójicamente, en Downing Street. Cameron ha sido presentado como el Blair de los tories y si de algo no reniegan los socios del primer ministro, liderados por Clegg, es del liberalismo.
Va a resultar que el difunto realmente nunca existió. Que no era más que un hábil disfraz que se puso un anciano liberal que, pese a su reciente colapso total, no parece presto a morir.
Los diputados británicos se instalaron ayer en una Cámara de los Comunes totalmente renovada por la victoria de los conservadores, aliados a los liberal-demócratas, y por una deserción masiva provocada por el escándalo de las dietas parlamentarias.
El partido conservador, vencedor, ejerció el derecho a sentarse a la derecha del Speaker, reservada a la mayoría. Junto a ellos se sentaron los 57 diputados lib-dems, que no ocupaban esa parte del hemiciclo desde hace 65 años. Cameron y Clegg ocuparon asientos contiguos.
Más de un tercio -226 sobre 649 de los escaños han sido renovados. Y es que el escándalo de las dietas, que salpicó a más de 400 diputados, forzó muchas dimisiones, entre ellas la del Speaker Michael Martin, e incitó a muchos a no luchar por un nuevo mandato- Hubo quien lo intentó, como el ex ministro de Interior Jacqui Smith, y fracasó.
Las sesiones como tal no empezarán hasta el 25 de mayo. Pero el objetivo ayer era elegir al Speaker. Y muchos diputados recelaban de renovar en el puesto al saliente, el conservador John Bercow, elegido en junio pasado en pleno gobierno laborista.
Si un sólo diputado responde con una negativa a la pregunta, sería necesario un voto formal. La última vez que un Speaker no fue reelegido se remonta a 1835.
En caso favorable, llegaría la hora de prestar juramento al Speaker, a los miembros del Gobierno, al Gobierno en la sombra y a los diputados. EFE