Koldo Campos Escritor
¿Y éste es el progreso?
No hay progreso que merezca tal nombre si no responde a la condición de procurar la felicidad de los seres humanos, si no sirve para conducir nuestras conductas y relaciones por caminos de respeto y dignidad.
Y los tiempos que corren son una patética demostración de que el supuesto progreso que disfrutamos no ha servido para transformarnos en personas más íntegras, más solidarias, más felices.
Muy al contrario, vivimos atrapados en el miedo. En un miedo que, a veces, nos embosca de frente, descarnado y abierto, como se disfraza de cautela o se calza el respeto como excusa o la sensatez como pretexto. Así aprendemos a callarnos para que otros hablen por nosotros, y resignamos la voz y la palabra para que puedan otros respirar con nuestro aliento y obrar con nuestras manos.
Por eso cada día son más extremas las medidas de seguridad con las que nos aislamos, mientras multiplicamos verjas y candados.
Por eso la calle ha dejado de ser un lugar de encuentro para convertirse en un inevitable riesgo que hay que afrontar de la mejor manera.
Vivimos cautivos de nuestras supuestas libertades, presos de nuestras carencias y esclavos de nuestros bienes, corriendo siempre para llegar antes que el otro a ninguna parte. Sin tiempo para vernos, sin espacios en los que encontrarnos.
De tanto aparentar lo que no somos ya ni siquiera somos lo que aparentamos.
Gracias al pretendido progreso en que vivimos, ese que algunos disfrutan y los demás penamos, podemos matarnos antes y agonizar más tiempo. Algún día, las ratas que nos sobrevivan, heredarán nuestro progreso.