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Floren Aoiz www.elomendia.com

El Rey Arturo, desnudo

 

Las caretas están ya en el suelo. No hay lugar para el engaño. Rodríguez Zapatero ha llevado más lejos que nadie la represión de las ideas, ha puesto fin al modelo autonómico con una involución generalizada, ha regalado una fortuna a la Banca y acaba de imponer los recortes sociales más duros de las últimas décadas. Ni rastro del Zapatero que se presentaba como conductor de una nueva transición, el hombre nuevo, moderno, progresista e integrador que iba a poner fin al modelo de España heredado del franquismo.

Llegó al Gobierno gracias a las mentiras del PP, pero ha engañado a la sociedad negando la crisis y, finalmente, adoptando una agenda a la medida de los grandes capitales. Y, lo que es peor, esto parece ser sólo el principio.

Uno de los fascinados por el en su día emergente Zapatero, el escritor Suso de Toro, afirmaba en 2007 que Zapatero («un español de León cuya vocación y sueño fue gobernar España para cambiarla») se ajustaba «al relato del rey Arturo, porque, a la sucesión de un líder, Zapatero es el joven desconocido que viene de un lugar apartado, arranca la espada y hereda el cetro. Frente a Bono, que representaba el poder, Zapatero representaba la política como utopía, como esperanza».

Es evidente que el paso del tiempo ha puesto a Zapatero en su sitio, un lugar muy diferente del que parecía reclamar cuando llegó a la Moncloa.

Algunos creímos que las circunstancias de su llegada al Gobierno, el desgaste provocado al propio Estado por la actuación de Aznar y el agotamiento del modelo autónomico-represivo podían permitir a Zapatero hacer las cosas de una manera diferente. Por primera vez desde la muerte de Franco había ocurrido algo que los grandes poderes económico-político-mediáticos no habían previsto, y esa coyuntura de «pie cambiado» podía haber sido aprovechada para poner fin al fundamentalismo neoliberal y españolista de los años anteriores. Incluso cabía hablar de una oportunidad histórica para cortar el cordón umbilical con el franquismo y su modelo de España, permitiendo que la ciudadanía de las naciones no reconocidas por el ordenamiento constitucional español tomara sus propias decisiones, estableciendo otro modelo de relaciones entre el Estado y esas naciones.

De hecho, Zapatero quiso hacernos creer que en eso consistía su programa político. Anunció cambios, habló de paz, prometió respeto a la voluntad popular. Sus hechos nos han terminado por convencer de lo contrario. Ahora, gracias a colegas como Rubalcaba, que celebra la hegemonía de lo policial-represivo-impositivo sobre la política, se enfrenta a una crisis económica bestial justo en el momento de mayor debilidad del modelo de estado. Abismo socioeconómico y colapso del modelo autonómico, el cóctel no puede ser más peligroso para un proyecto en permanente crisis, como el español.

Su situación es tan grave que ni siquiera la percepción social de la mediocridad de Rajoy y el estado de putrefacción del PP logra ofrecer a Rodríguez Zapatero un respiro.

No sé si Suso de Toro se habrá dado cuenta, pero su rey Arturo está desnudo y no parece que Merlín vaya a acudir en su ayuda.

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