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Eszenak

Una tierra aún más baldía

Josu MONTERO

Escritor y crítico

En 1922 vieron la luz el «Ulises» de Joyce, «La tierra baldía» de T.S.Eliot y el «Tractatus» de Wittgenstein. ¡Vaya trío! Tres obras que marcaron a fuego la novela, la poesía y la filosofía posteriores, y las llevaron a un límite a partir del cual tuvieron que reinventarse. No son en absoluto obras fáciles, pero el esfuerzo que precisan compensa con creces. El propio Eliot se manifestó siempre en guardia frente a esa tendencia a «entender»: «El lector más experto no se preocupa de entender; no, por lo menos, al principio. La poesía de la que soy más devoto es una poesía que no entendí en la primera lectura; y, en ocasiones, es poesía que todavía no estoy seguro de entender: por ejemplo, Shakespeare»

Eliot radiografía en «La tierra baldía» la crisis del mundo de entreguerras que, en lo esencial, es un momento que aún seguimos habitando: materialismo, desarraigo, disgregación, caos, impotencia, esterilidad. Presenta Eliot en ese nihilista poema un aluvión de imágenes sin trabazón lógica, deshilvanadas, fragmentarias: los pedazos del ánfora, la arena en la que ha quedado la piedra convertida. «Sólo conoces un montón de imágenes rotas», escribió Eliot. Y lo hace con un lenguaje también roto. Pero, al mismo tiempo, el poema es una búsqueda de sentido profundo, un ansia de renovación, una nostalgia, una necesidad de quebrar los estrechos límites del racionalismo.

Eliot aprendió su técnica de algunos simbolistas franceses como Laforgue o Corbière, inventores de unos poemas que se convertían en auténticos monólogos semidramáticos en un lenguaje coloquial y entrecortado. Así, en «La tierra baldía», parece hablarnos una voz directa pero ventrílocua, una voz que se convierte en muchas voces, fragmentos de voces o tal vez una voz coral, eso sí, llena de agujeros. Si miramos bien, Beckett -secretario de Joyce- no está lejos. Eliot acababa de atravesar una crisis personal que le llevó a sicoanalizarse. Hablar. Decir.

La prestigiosa directora británica Deborah Warner llevó hace quince años a escena este poema, y ahora lo retoma; este fin de semana se presenta en Madrid, en un tour de force de una única y espléndida actriz: Fiona Shaw. Seis representaciones, dos por día, porque a cada una sólo pueden acceder 250 personas. Son 33 minutos y sin sobretítulos con el fin de lograr el recogimiento y la intimidad necesarios, ya que la directora busca convertir el poema «en una experiencia emocional de efecto estimulante y, purificadora». «Es importante sentir la respiración», dice Warner. En varios países esta obra se ha hecho en teatros abandonados y/o ruinosos, trasuntos de ese espacio desolado del poema.

«Abril es el mes más cruel, criando / lilas de la tierra muerta, mezclando / memoria y deseo, removiendo / turbias raíces con lluvia de primavera». Así comienza «La tierra baldía». Y, casi al final: «Estos fragmentos han sostenido mis ruinas». Deborah Warner afirma que su compromiso con el teatro consiste en buscar siempre formas nuevas. «El teatro sirve para tener salud mental, dado que las iglesias están muy debilitadas; si ese alimento espiritual falla, el teatro recupera su espacio».

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