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200 años del nacimiento de Schumann, el poeta del piano

El 8 de junio de 1810 la ciudad sajona de Zwickau acogía el nacimiento de Robert Schumann, uno de los autores paradigmáticos de la música del Romanticismo. Poseedor de una mente privilegiada, y gran esteta además de músico, dejó a la posteridad infinidad de joyas en forma de canciones y pequeñas piezas para piano, además de sinfonías y algunas de las más bellas páginas de la música de cámara.

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Mikel CHAMIZO

El doctor inglés Robert R. Noël gozó de cierta celebridad a mediados del Siglo XIX como gran autoridad en esa siniestra especialidad médica, posteriormente relegada al olvido, conocida como frenología. El Lunes de Pentecostés de 1846 Noël fue invitado a una fiesta en casa del mecenas de las artes Frederick Serre en el pequeño pueblo sajón de Maxen. Allí coincidió, entre otros invitados y artistas, con el matrimonio Schumann, que se mostró entusiasmado ante la idea de que el célebre doctor analizara la cabeza de Robert. Noël dedujo del cráneo del compositor una personalidad repleta de «nobles aspiraciones, ambiciones artísticas y amor por la verdad», pero también un espíritu lleno de «ansiedad», un lamentable desorden nervioso que, según el doctor, Schumann habría de sobrellevar porque se trataba «su destino».

El episodio, que narra Martin Geck en su biografía del músico, no resulta atípica tratándose de Schumann, un espíritu curioso y universal pero, como es bien conocido, muy atormentado. «Me afecta todo lo que ocurre en el mundo -confesó en una ocasión-, la política, la literatura, la gente... pienso en todo eso y en cómo arrojar luz sobre ello mediante la música, en encontrar una salida». Sus obsesiones le acarrearon una vida dura a Schumann, llena de depresiones, pero también le hicieron acariciar una música de una profundidad y poesía únicas. El oboísta y compositor alemán Heinz Holliger dice que la de Schumann «es música de una diferenciación extrema. Solo las almas más elevadas pueden apreciarla en todos sus matices». Su colega, Peter Ruzicka, llega más allá al afirmar que «la música de Schumann fue un punto de fijación para la nueva música. Tenía un potencial de futuro», idea que debía de compartir el igualmente visionario Olivier Messiaen, quien adoraba a Schumann.

Schumann, que fue también un brillante crítico de música, fue un autodidacta de la composición pero no por ello menos versátil. Escribió sinfonías, música de cámara, una ópera y multitud de canciones y piezas para piano, casi siempre en enfermizos arrebatos de inspiración que, a nuestros ojos, le hacen casar muy con el arquetipo romántico. Decía que era un artista «de sangre rápida», y trabajaba con tal desesperación que escribió la «Kreisleriana» en cuatro días y los tres cuartetos de cuerda en tan solo un mes. Por no hablar del año 1940, el «Liederjahr», durante el que escribió más de ciento cincuenta canciones. «Sobre todo era impaciente -escribe Gülke-. O algo sucedía inmediatamente o no sucedía jamás». Fue esta misma impaciencia la que, en la férrea determinación de convertirse en el Paganini del piano, le llevó a atrofiarse los tendones de una mano, terminando para siempre con su carrera como pianista y abocándole, por fortuna para nosotros, por completo a la composición.

Aunque todo su catálogo está repleto de tesoros, quizá sus creaciones más valiosas son las que realizó fundiendo música y poesía. Describía sus canciones, basadas en textos de poetas como Heine o Eichendorff, como «las impresiones más reales de mí mismo». Y en algunas de sus piezas para piano, también poesía pero sin palabras, le gustaba reflejar a sus seres queridos u odiados, encarnados en personajes de la Comedia del Arte. El propio Schumann tenía dos alter egos en este mundo privado: el tumultuoso Florestán y el soñador Eusebio. Por desgracias, este mundo interior fue atrapándole cada vez más con los años, en un proceso provocado por una mente inestable y acelerado por una sífilis contraída en su juventud. El poeta Schumann, uno de los espíritus más refinados de la historia de la música, terminó sus días en un sanatorio privado cerca de Bonn, donde fallecería en el verano ría en el verano de 1856.

La gran compositora tras el gran compositor

La historia de amor entre Robert Schumann y su esposa Clara Wieck -otro gran de la composición- es una de las más conocidas de la historia de la música. Poco antes de casarse con Clara, mientras esperaban la autorización judicial que levantara el veto que había impuesto el padre de ella, Robert Schumann le escribió que: «Tendremos una vida llena de poesía y de flores; tocaremos, compondremos juntos, como los ángeles».

Esto fue cierto durante unos años, pero la vida real, como suele ocurrir, acabó por imponerse: ocho hijos, un marido enfermo y la necesidad de dedicarse exclusivamente a la interpretación para mantenerlos a todos, impidió en la práctica que Clara siguiese componiendo, de forma que -incluso entre los amantes de la música- sigue siendo la abnegada esposa de Schumann, la amiga fiel de Brahms y, quizá, una pianista que fue muy popular en el siglo XIX.M.C.

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