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Meir Margalit Dirigente de Meretz, partido de la izquierda israelí

Cuando Israel decidió ser Esparta

El autor del artículo no ahorra contundencia a la hora de describir el camino que ha conducido al Estado israelí hasta el brutal ataque contra la flotilla de ayuda humanitaria que se dirigía a Gaza y que costó la vida a nueve civiles. Margalit mantiene que, desde que Israel ocupó los territorios palestinos en 1967, «no hay línea roja que no haya cruzado, y no hay derecho humano que no haya degradado». Para el líder izquierdista israelí, sólo la presión internacional puede salvar a los Palestinos de Israel y, paradójicamente, a Israel de sí misma.

El ataque y asesinato de los activistas a bordo de la flotilla humanitaria a Gaza puede clasificarse como la crónica de un asesinato previsto de antemano. Todo aquel que está al tanto de las prácticas cotidianas desarrolladas en los territorios ocupados podía prever que esta operación acabara con muertos y no debía haberse sorprendido, mucho menos después de la nefasta operación «plomo fundido» a principios del año pasado. Esto era de esperar. Si es lícito matar impunemente civiles en Gaza, por qué no lo será matar a civiles en aguas del Mediterráneo que a ojos de Israel apoyan al Hamas.

Pero debo confesar que a pesar de que a posteriori es tan obvio que una operación militar de esta envergadura acabara con muertos y a pesar de que es claro que un hilo conductor une al asesinato de 1.500 civiles en Gaza con el asesinato de los nueve activistas de la flotilla, si unos minutos antes del ataque me hubieran preguntado en qué medida esta gente corría peligro de ser baleada por el Ejército israelí, mi respuesta hubiera sido negativa. En algún lugar del inconsciente, seguramente, quería creer que hay líneas rojas que Israel no cruzará, y en mi ingenuidad, propia de quien quiere creer que todavía queda algo de sensibilidad en este país, no pude predecir este desenlace tan dramático.

Pero debía haberlo sospechado. Hace mucho que Israel está en un proceso de degeneración paulatina, y marcha por una pendiente que conduce inevitablemente a un precipicio. Desde la ocupación de los territorios palestinos en junio de 1967 (algunos dirán incluso que desde la misma independencia del Estado de Israel en mayo del 1948), Israel eligió ser Esparta y no Israel, prefirió construir un fortín en lugar de construir un país, pudo ser una democracia y prefirió convertirse en una etnocracia, se empecinó en ser un volcán en lugar de ser un oasis, y su sociedad dejo de ser pueblo para convertirse en un regimiento.

A partir de ese maldito 5 de junio del 67, no hay línea roja que no haya cruzado, y no hay derecho humano que no haya degradado, al igual que algunos de los peores estados que haya conocido la historia contemporánea. Esto es el resultado lógico e inevitable de una política militarista, mesiánica y nacionalista, en la cual la tierra pasó a ser el máximo valor nacional mientras que valores éticos y morales propios del judaísmo profético fueron relegados a segundo plano y el mandamiento «No matarás» paso a ser una frase sin sentido.

Esto era previsible ya que los principios humanos no se pueden corromper sin que se corrompa aquel que los corrompe. En un país en el que el valor de la vida humana es tan bajo, no debe sorprendernos que soldaditos de 20 años sean tan propensos a disparar a civiles. Después de haber pasado un sistemático lavado de cabeza de corte sionista, en el cual todos los gentiles son parte de un complot antisemita que pretende echar a Israel al mar, y después de haber sido entrenados para matar y equipados de armas sofisticadas de pies a cabeza, es lógico que cuando los lanzas a una operación militar, realicen aquello a lo que fueron entrenados, o sea, disparar a matar.

Para ello, no se necesitan órdenes puntuales de la dirigencia política, ya que este mecanismo funciona como un reflejo condicionado por el cual ante la percepción de peligro, real o imaginario, se dispara a matar, y qué más da si el peligro proviene de un kasam o de un ridículo tirachinas infantil como el que el ejército israelí mostró como prueba contundente de que los activistas no venían en misión de paz.

Pero con toda la furia hacia aquellos soldados, no son ellos los villanos de la historia, sino el gobierno que los envía a ejecutar estas operaciones. Ellos son el núcleo del problema y no sólo el actual gobierno sino todos los gobiernos que han pasado en estos últimos 42 años de ocupación; sin diferencia del derechista Likud o del laborismo izquierdista, todos pecaron de militaristas, de expansionistas, de racistas, y todos condujeron al país a este pantano en el cual se está hundiendo, salvo cortas excepciones como lo fuera Rabin antes de ser asesinado precisamente por intentar sacar al país de este círculo vicioso.

A una semana del ataque, Israel esta recapacitando, pero en dirección errada. No se critica la operación en sí, sino sus consecuencias políticas y el embrollo generado frente a Europa y los Estados Unidos. Tampoco debe sorprendernos que Israel sea incapaz de entender el real significado de su política, ya que en su limitada concepción del mundo, los problemas se solucionan por la fuerza, o como diría un refrán popular -«aquello que no se soluciona con fuerza se soluciona usando más fuerza»-. Esta es la única forma que Israel conoce para enfrentar problemas y, en su estrechez moral, desconoce otro camino que no sea el abierto por las armas. Es por ello que Israel no sabrá utilizar esta crisis como oportunidad de reflexión, sino por el contrario, esto refuerza la identidad machista israelí y acentúa su convicción de que el mundo entero está en nuestra contra.

Pero este asesinato podría ser un punto de inflexión si los países occidentales entendieran de una vez por todas que Israel es un país pirata. A quien le faltaba una prueba de que Israel actúa como una organización terrorista, a partir de ahora le queda claro que se trata de terrorismo estatal, y es de esperar que de aquí en adelante comiencen a tratar a Israel como se trata a un país terrorista. Tal vez sea cierto aquel postulado anarquista que dice que cuanto peor-mejor, y que el sistema que sostiene la ocupación llegará a un punto en que se desvanecerá por sí sola; pero el pueblo palestino no tiene tiempo de esperar. Este es el momento de la presión.

Esta presión no tiene por objeto dañar a Israel, sino todo lo contrario, salvarla de sí misma. El grado de esquizofrenia nacional no le permite a Israel entender las implicaciones de su propia política y le impiden reconocer el daño que ella misma se produce con sus propias manos. Si algún día Israel sucumbiera, no será por obra de sus enemigos externos, sino por obra de sus propios líderes. Liberman es más peligroso para Israel que el mismo Ahmadinijan.

Por lo tanto, aquellos que sienten simpatía hacia Israel y están preocupados por su supervivencia, deben desactivar el mecanismo de autodestrucción que funciona en el seno de la sociedad israelí, y esto significa presionar hasta que Israel se convenza de que no tiene más remedio que devolver los territorios ocupados a sus legítimos dueños. La ocupación es un cáncer, y si el Gobierno israelí no es capaz de extirparlo por sus propios medios, que los países liberales tomen la iniciativa y lo hagan por la fuerza. No importa cuánto sean ustedes acusados de antisemitas; la historia reconocerá vuestro valioso aporte a la continuidad del Estado de Israel.

© www.sinpermiso.info

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