Un domingo que desnuda la historia oficial y otro que viste de largo la historia real
Esta semana que hoy concluye, en todo el mundo se ha hablado mucho de un domingo. Se trata de un día frío y lejano -30 de enero de 1972- desde el que han pasado muchísimos domingos, pero cuyo impacto trágico ha llegado hasta el día de hoy. El martes, por fin un primer ministro británico admitió que aquella tarde en Derry no se produjo un enfrentamiento entre «agentes del orden» y «terroristas», sino una masacre contra la población civil irlandesa, y que todo el relato oficial construido entonces y sostenido después era falso. Es más que una anécdota, porque en el fondo el relato oficial que queda desnudado no sólo es el de los hechos puntuales de aquella tarde bañada en sangre, sino el esquema global de todo un conflicto que durante décadas Londres abordó de modo policial-militar, y que sin embargo no se resolvió hasta que fue trasladado a una mesa de diálogo político.
Para este martes todo el mundo sabía, aunque sólo fuera por la vibrante canción de U2 o por la hiperrealista película de Paul Greengrass, qué es lo que pasó aquel Bloody Sunday de hace 38 años en que paracaidistas británicos acabaron con las vidas de catorce militantes por los derechos civiles. Lo aprendieron en las dos décadas largas en que todavía se prolongó aquel enfrentamiento, o lo han descubierto después, en estos casi quince años de paz. Por eso, llama la atención sobremanera que un gobierno como el británico haya necesitado tanto tiempo para verbalizar una evidencia tan generalizada.
Para cuando ha llegado la petición de perdón de David Cameron, por Downing Street habían pasado ya Edward Heath, Harold Wilson, James Callaghan, Margaret Thatcher, John Major, Tony Blair y Gordon Brown. Los primeros justificaron aquella masacre, los que les siguieron le restaron importancia y los últimos han demorado esta necesaria admisión de la realidad. Lo relevante es que con ello han dado una señal clara de las enormes dificultades que tienen estos grandes estados para afrontar sus responsabilidades ante la historia cuando optan por estrategias tan poco honrosas.
Relatos oficiales que no cuelan
Evocar el informe del «Bloody Sunday» tiene sentido en Euskal Herria -y en el conjunto del Estado- precisamente por eso. Sus mandatarios han emprendido una auténtica ofensiva ideológica y represiva para desnaturalizar la realidad de los hechos acontecidos en el país, desde el genocidio franquista hasta el actual pisoteo generalizado de derechos básicos como el del voto. Se trata de una estrategia que naufraga al llegar a la calle. Ayer mismo, en una localidad alavesa se exhumaban aún restos de víctimas del franquismo -y no han pasado 38 años como en Derry, sino 74 ya-. En otros tres puntos de Bizkaia, Gipuzkoa y Nafarroa se homenajeó a los aniquilados en 1936. En Donostia una manifestación arropó a los jóvenes que padecen la represión del siglo XXI. Y sólo hace una semana tocó recordar que Joxe Migel Etxeberria Naparra desapareció hace justo 30 años, y en este caso su cuerpo ni siquiera ha aparecido «olvidado» en una morgue.
Gobiernos como el de Patxi López han decidido secuestrar esta parte de la realidad, con iniciativas como la retirada de recuerdos a las víctimas del GAL, la censura de las imágenes de presos políticos vascos o la imposición del plan de adoctrinamiento en las aulas para asentar la falacia de que la única violencia en este país es la de ETA. Una censura que siempre encuentra respuesta ciudadana: el último ejemplo lo han dado las peñas de Iruñea al sustituir sus pancartas festivas por telas negras en defensa de la libertad de expresión atacada desde el Ayuntamiento de UPN.
Resulta notorio que esta ofensiva se agudiza en un momento en que se atisba un nuevo ciclo. Y es evidente el porqué. Saben que en un escenario futuro de debate político puro, no condicionado por las diferentes violencias, el conocimiento y la difusión de la realidad del país serán un elemento esencial para ganar adhesiones ciudadanas y formar mayorías.
Más independentistas y más unidos
Ese nuevo escenario se va construyendo con actos como el que se celebra hoy en el Palacio Euskalduna de Bilbo. Se trata de uno de esos eventos que seguramente retratarán de modo desfigurado las voces oficiales y oficializadas, pero que tiene potencialidad suficiente para ser recordada en el futuro como un momento importante.
El acuerdo entre la izquierda abertzale y EA constituye una doble mala noticia para quienes llevan mucho tiempo intentando ahogar las reivindicaciones vascas en las aguas turbias de la represión y la guerra sucia. No sólo no han logrado hacer desaparecer a la izquierda abertzale ni encerrarla en un gueto, sino que su escalada ha convencido a un partido como EA de que hay que apostar por el Estado vasco y éste es el momento.
En ese viaje que empieza no les será difícil encontrar más compañeros: abertzales o simples demócratas hartos de bloqueo político, aburridos de la propaganda oficial, dispuestos a que de esta crisis salga un sistema social mucho más justo, ansiosos de recuperar los mal- trechos derechos civiles y políticos. De momento, hoy hay más independentistas, están más unidos y cuentan con una opción política renovada y fortalecida.