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Maite Ubiria Kazetaria

Los pequeños pasos

El proceso vasco existe. Pese a las dudas y los desmentidos. El río suena, porque lleva agua. A ambas orillas se acumulan algunos sacos de arena. No faltan las desconfianzas, ni entre los inertes ni entre los resistentes. Y, sin embargo, esta crecida natural aspira a fertilizar los terrenos más yermos.

El proceso vasco es un hecho. Porque sólo con mentar un escenario en el que impere el ejército de las ideas se tambalean las más firmes convicciones y se empiezan a enumerar condiciones que, por disparatadas que sean, no hacen sino reforzar la percepción social del cambio.

El proceso vasco fluye, en curso continuo, pero precisa de rápidos que aseguren su ritmo. Y cuando estos asoman, los que sujetan los sacos de arena se mojan los pies tratando de achicar el cauce con herramientas precarias y obsoletas.

El proceso vasco se construye día a día y en escenarios diferentes, porque son muchas las brazadas que se necesitan para completar una travesía plagada de incógnitas, pero ante todo cargada de oportunidades.

Nadie puede poner la mano en el fuego. No lo esperes de mí y yo no te lo exijo. Nadie puede garantizar una llegada a puerto a ritmo de fanfarria. Las experiencias más cercanas en resolución de conflictos nos enseñan que ni con uno ni con mil sellos estampados sobre un papel se dispone de todas las garantías.

El proceso vasco se asienta en consensos suficientes. Lo impulsa un ejercicio de reflexión, ni flagelatorio ni exento de autocrítica. Un análisis que resulta difícil de rebatir desde la mera óptica democrática. Una propuesta que, tras debatirse, en condiciones ciertamente excepcionales, y ser refrendada ampliamente en asambleas, ha echado a rodar para lograr un alto grado de empatía social.

Hoy es la vedette del debate político y hasta del patio mediático, donde empieza a resultar grotesco que el autor de la obra no pueda defender en igualdad de condiciones y sin el peligro de la persecución su propuesta.

El proceso vasco se proyecta fuera de nuestras fronteras, y se dota de avales tan relevantes como la Declaración de Bruselas. Algunos apoyos, como el que ha tomado cuerpo esta semana en Suiza, no fueron siquiera posibles en ensayos precedentes.

El proceso vasco se compone de imágenes novedosas, como la que proyectará hoy el Palacio Euskalduna. Es un proceso que se inventa a pasos pequeños, dispuesto a convencer, pero, ante todo, decidido a avanzar.

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