Joxean Agirre Agirre Sociólogo
¡Cuántas babas!
El retorno a escena de los ministros de Interior de la época de Aznar confirma, según el autor, que la iniciativa de la izquierda abertzale ha puesto nerviosos a «los forjadores de aquella alianza antiterrorista consensuada bajo cobijo de la doctrina de seguridad de Bush». Agirre entiende ese nerviosismo, que pronostica se acrecentará a partir del acto de hoy en el Euskalduna. No obstante, no oculta la dimensión de la apuesta realizada por el independentismo vasco y asegura que «nada nos va a dar más credibilidad que ir cubriendo etapas en nuestra `hoja de ruta', cumpliendo los compromisos adquiridos públicamente».
Según la nota biográfica que regaló a los lectores de «La Razón» en el verano de 2009, Antonio Basagoiti, el lenguaraz presidente del Partido Popular en la CAV, se sorprendió a sí mismo con un rotundo: «¡Joder, cuántas babas!» tras recibir el primer beso en la boca por parte de una mujer. Esta peculiar confesión, además de retratar al personaje que la realizó, es indicativa del estilo comunicativo reivindicado por la derecha española en Euskal Herria desde que «la guerra del norte» reclama de sus líderes desempeñar el liderazgo en todos los ámbitos de la beligerancia.
Estilo directo, insulto fácil, anatemas y previsiones que, cual Nostradamus de mal agüero, aventuran el fin de la civilización occidental y la alteración del paradigma antiterrorista, son las armas arrojadizas de un plantel de políticos grumosos avalados por la necesidad de emular éxitos anteriores. Los herederos del franquismo político tienen bien aprendida la lección desde que un exceso de compulsión verbal y la prisa por ensanchar las tragaderas de la opinión pública española les llevaron a perder las elecciones tras el 11-M de 2004. Desde entonces, han aprendido a modular la voz, a servirse de los medios y a pellizcar el culo del PSOE sin que en Ferraz o en La Moncloa descompongan el gesto. Las babas del Partido Popular son el lubricante de la política antiterrorista de Rubalcaba y Ares, pese a que, en ocasiones, los dos partidos guardianes del legado de la Transición muestren discrepancias públicas al respecto.
El pasado fin de semana, José María Aznar reunió a sus tres ex ministros de Interior en la presentación de un libro titulado con desgana intelectual: «España, camino de libertad». Todo fue un pretexto para reivindicar sus ocho años de gobierno y para marcar al PSOE la línea roja que, en ningún caso, deben atreverse a rebasar. Aquella comparecencia me recordó a la mil veces rememorada Cumbre de las Azores del año 2003, en la que se adoptó la decisión de lanzar un ultimátum de 24 horas al régimen iraquí encabezado por Saddam Hussein para su desarme. Aparte del ultimátum, la Cumbre de las Azores aprobó una declaración sobre la solidaridad transatlántica en la que los firmantes pretendían declarar su compromiso con los valores comunes a ambos lados del Atlántico de la democracia, la libertad y el estado de derecho.
En el tablero político actual, la iniciativa política de la izquierda abertzale ha puesto nervioso a más de uno, pero muy mucho, es evidente, a los forjadores de aquella alianza antiterrorista consensuada bajo cobijo de la doctrina de seguridad de Bush. «No podemos permitir que nuestros enemigos ataquen de nuevo», repiten los segurócratas agrupados por la Fundación FAES. Acto seguido, alertan de la amenaza que supone que la izquierda abertzale pueda estar presente en la próximas elecciones, advirtiendo incluso del peligroso transfondo que conlleva comprometerse públicamente con las vías políticas y democráticas en exclusiva. Aznar, Rajoy, Acebes y Mayor Oreja no creen en la legitimidad de todas las ideas políticas, aunque estas se expresen al margen de la violencia. Eso es lo sustancial del discurso de la derecha española, más allá de la dialéctica de Antonio Basagoiti, hoy como ayer, expresión bufa de la pubertad falangista y del populismo neofascista. Este también acabará, como Iturgaiz y su acordeón, en el museo de cera europeo.
Ha sido la izquierda abertzale, su indiscutible capacidad para alterar una y otra vez los guiones políticos de la clase política española, la que ha provocado esta reacción de la derecha aznarista. Cuando exigen que no se tire por la borda lo conseguido por el PP entre los años 1996 y 2004, no hacen sino reconocer el agotamiento de una estrategia que, hoy mismo en el Euskalduna, mostrará su incapacidad para acabar con el sector más pujante del independentismo vasco. Frente a la represión, iniciativa política; pese al aislamiento, acumulación de fuerzas; contra todo pronóstico, redefinición estratégica y motor de cambio.
Desde mañana, el caracol derechista español llenará de baba las crónicas y editoriales escritas tras la presentación en Bilbo de las líneas generales de un importante acuerdo estratégico. De nuevo saltarán las alarmas del constitucionalismo, clamarán los tertulianos y amenazará la derecha rampante. Buena señal. La propia reacción mediática nos indica que recorremos la senda correcta, al tiempo que pone de manifiesto la importancia de la acción frente a la retórica. Nada nos va a dar más credibilidad que ir cubriendo etapas en nuestra «hoja de ruta», cumpliendo los compromisos adquiridos públicamente. El mandato de nuestra base social tras el último proceso de reflexión era nítido, y su materialización empieza a tomar forma: en lo político, en lo social, en el ámbito de la universalización de los derechos... Rubalcaba lleva semanas enredado en diatribas con el PP, lo que es muy significativo. La preocupación frente a la irrupción de un nuevo escenario en Euskal Herria es evidente en el entrecejo de la «caverna política» vasca, pero no podemos perder un segundo en ejercicios contemplativos. Tras el desconcierto vendrá el realineamiento de sus peones de brega, y la ofensiva unionista buscará hacer descarrilar la apuesta política de la izquierda abertzale.
Los brotes de una estrategia independentista compartida son visibles y tangibles, pero el proyecto independentista precisa de un cauce de mayor calado, en el que la construcción nacional, la configuración de alternativas reales de poder y la consolidación de un frente antirrepresivo plural y activo, empiecen a dar sombra. Ha llegado la hora de anticiparse a las prerrogativas de jueces y policías y romper el bloqueo mental asentado sobre décadas de violencia institucional. Y es hora también de afrontar una completa «revolución cultural» -como la define un amigo- en nuestros modos de organización, intervención y persuasión política, porque el objetivo de la estrategia independentista es mostrar por la vía de los hechos que cuenta con el apoyo de la mayoría política, sindical e institucional de este país.
La derecha política de Euskal Herria, el eje conservador que ha engordado a costa del enquistamiento del conflicto, se va a tener que medir en todos los terrenos con la pujanza de un nuevo referente. Articular una política de trinchera para derrotarlo, forzará agrupamientos y pactos entre PP, PSOE y PNV que, por su inestabilidad e intencionalidad manifiesta, quebrarán o pondrán a cada cual en su lugar. Ese intercambio de fluidos y baba, prepárate Basagoiti, lo tendrán que realizar al margen del habitual discurso de «emergencia democrática», y toda la mugre que arrastran, la crisis financiera pagada por los trabajadores, la política al servicio de los amigos, el modelo social neoliberal, los planes de adoctrinamiento en las escuelas, el desarrollismo y la corrupción, serán su único bagaje. Mañana empieza el verano oficial, pero el verdadero cambio de estación arranca el 29 de junio: demostremos con la huelga que somos capaces de pararles los pies y de plantear alternativas. Que sigan preocupados.