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ANÁLISIS Enfrentamientos interétnicos en asia central

La ola de violencia agrava la delicada y convulsa situación en Kirguistán

El autor analiza las posibles causas que explicarían el reciente estallido de violencia en el sur de Kirguistán, presentada como interétnica pero cuyo objetivo podría ser una desestabilización del país que favorezca a los intereses de los distintos actores.

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Txente REKONDO Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)

La ola de violencia que estalló hace una semana en la república centroasiática de Kirguistán fue presentada en un primer momento como la consecuencia directa de las diferencias y recelos entre kirguises (casi 70% de la población) y la importante minoría uzbeka del sur del país (15%), concentrada principalmente en el sureño valle de Fergana. De hecho, Osh, la segunda ciudad del país, cuenta con importante presencia uzbeka, y las diferencias entre ambas comunidades sobre la propiedad de la tierra e el acceso a la vivienda no es algo nuevo.

Sin embargo, sería muy simplista presentar la actual situación como resultado de esas históricas diferencias intercomuni- tarias. Todo apunta que esta vez pueden estar confluyendo distintos intereses que buscan sacar algún beneficio de la desestabilización de Kirguistán. Según algunas fuentes locales, «todo parece indicar que no se trata de un estallido espontáneo», y son muchos los que señalan que hay demasiadas manos oscuras detrás.

Desde marzo se han venido repetido los conflictos en Kirguistán. En abril, el país vivió las protestas que desembocaron en el derrocamiento de Kurmanbek Bakiev y la formación de un Gobierno de transición, pero todo apuntaba a que las heridas podían haberse cerrado en falso. Los llamamientos de Bakiev a hacer frente al nuevo Ejecutivo encontraron eco en algunas ciudades del sur, aunque las protestas no alcanzaron la virulencia actual. Los enfrentamientos no se circunscribieron al sur, bastión de Bakiev y su clan, y cinco personas murieron en Mayevka, al norte de la capital, Bishkek, cuando varias decenas de personas que habían ocupado tierras fueron desalojadas violentamente por la Policía.

El 19 de mayo también se hubo choques entre kirguises y uzbekos en Jalalabad, cuando grupos de jóvenes kirguises partida- rios de Bakiev atacaron una universidad local de la comunidad uzbeka, que fue fundada por Kadirjan Batirov, líder uzbeko local que ha apoyado públicamente al actual Gobierno.

Escenas similares, sin muertos, se vivieron también en otra región del sur, Batken, donde seguidores de Bakiev ocuparon la oficina del gobernador durante algún tiempo, intentando instalar un nuevo mandatario, aunque finalmente no lo lograron.

Pero los acontecimientos más graves se han sucedido este mes. La noche del 10 al 11 de junio ocurrieron los primeros enfrentamientos entre jóvenes uzbekos y kirguises, lo que provocó la intervención del Gobierno central, al enviar a la región un importante contingente policial, que, a tenor del desarrollo posterior de los hechos, no fue capaz de apaciguar los ánimos.

El agravamiento de la situación y la petición a Moscú de una intervención militar, muestra claramente la incapacidad del actual Gobierno kirguís para controlar la situación.

Entre el abanico de circunstancias que han podido desencadenar esta violencia, se encuentran las maniobras de los partidarios de Bakiev, que buscan desestabilizar el país para impedir que el Ejecutivo pueda cumplir su hoja de ruta. Esta delicada situación coloca al Gobierno en una compleja posición a los ojos de la población, y puede ser la oportunidad que están esperando los seguidores del depuesto presidente para revertir el estado de las cosas.

Pero no hay que olvidar otros factores, como las poderosas fuerzas locales ligadas al crimen organizado y con un fuerte apego clánico. Hay quien señala que se podría tratar de una lucha por hacerse con el control del tráfico ilegal, incluido el narcotráfico (de hecho, Osh es uno de los puntos clave de la ruta de la heroína afgana hacia Rusia y otras partes de Europa).

Tampoco conviene dejar de lado los intereses de los actores extranjeros. Rusia es una de las más interesadas en controlar la situación y evitar que la desestabilización alcance a repúblicas vecinas. No obstante, los dirigentes rusos tampoco quieren implicarse directamente a través de una intervención militar que le podría resultar contraproducente a medio o largo plazo. No hay que olvidar, además, que Kirguistán es de los pocos países, si no el único, que tiene bases militares de Rusia y de EEUU.

Washington, por su parte, lleva tiempo maniobrando para ganar peso en la región, consciente de su valor geoestratégico en ámbitos energéticos y militares. EEUU necesita asegurar su presencia militar allí como vía de abastecimiento a sus tropas en Afganistán, y como contrapeso al auge de China y Rusia.

También Beijing busca cimentar su presencia en esas repúblicas, al tiempo que trata de evitar cualquier conato desestabilizador que pudiera tener un efecto dominó sobre otras realidades nacionales, como los uighur.

Asimismo, hay que tener en cuenta a las vecinas Uzbekistán y Kazajstán. El control de los recursos hídricos de la región está hoy en manos del Gobierno kirguís, que no duda en usarlo como arma ante cualquier maniobra de sus vecinos, como se vio recientemente con el cierre de la frontera por Kazajstán y su reapertura inmediata tras la decisión de Bishkek de cortar el abastecimiento de agua.

En mayo hubo protestas en Kazajstán, donde amplios sectores rechazan las medidas gubernamentales ante la crisis económica, por lo que sus dirigentes miran con recelo lo que pasa en el país vecino, temerosos de que la ola de protestas acabe afectando a su propio sistema.

Algo similar ocurre en Uzbekistán, que todavía recuerda los graves acontecimientos de 1990 en Osh, que se saldaron con más de un centenar de muertos, es consciente de que una radicalización de la situación en el valle de Fergana puede servir de atractivo a fuerzas islamistas radicales que en el pasado ya se han mostrado fuertes en el país.

Cuando se cumplen veinte años de los disturbios de Osh, Kirguizistán parece que vuelve a revivir algunos de los aspectos más oscuros de su pasado reciente. La ciudad se ha convertido de nuevo en el epicentro donde confluyen las diferentes luchas que conviven en el país.

Con el referéndum constitucional a la vista, el 27 de junio, y las elecciones parlamentarias de octubre, el panorama político de Kirguizistán se encamina a un complejo escenario, donde todos los actores buscarán maniobrar para que sus intereses se ubiquen de una manera privilegiada ante los posibles cambios. Y todo ello, explotando las contradicciones mutuas y aprovechando cualquier inestabilidad que favorezca sus intereses.

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