CRíTICA cine

«Dos hermanos»

Koldo LANDALUZE

La familia, en sus más diversas variantes, sigue siendo el pilar sobre el que se asienta el discurso de Daniel Burman, quien ha tejido una filmografía cuyo tono siempre busca el equilibrio entre el drama y la comedia. Ambos elementos quedan de manifiesto en esta nueva propuesta, en la que el cineasta argentino, al contrario de lo que ocurriera en su recordada “El abrazo partido”, no ha sabido calibrar cada una de sus intenciones. El excesivo subrayado en el perfil antagónico de los dos protagonistas acapara buena parte del interés de una historia que no da mucho más de sí.

Toda ella parte del reencuentro de dos hermanos completamente opuestos y que se verán obligados a reencontrarse tras la muerte de la madre. Ella es un auténtico volcán humano, dotada de una arrolladora personalidad, y él es un gris y silencioso orfebre. A grosso modo, ambos vienen a simbolizar una esperpéntica variante de Electra y Edipo. La reunión de esta pareja adquiere su punto de inflexión cuando ella propone a su hermano que compre una vieja casa ubicada en una olvidada localidad uruguaya y compartan toda una serie de encuentros y desencuentros.

Como cabría esperar, todo el peso dramático se sustenta en la labor interpretativa de la pareja protagonista: Antonio Gassalla y Graciela Borges, dos experimentados intérpretes de la escena argentina que, en esta ocasión, no han contado con el respaldo de un guión que se fija en exceso en los elementos más evidentes (la estridencia de los gritos y el eco de los silencios) y menos interesantes de sus personajes.

Finalizada la proyección, queda la duda de no saber muy bien qué tipo de película se ha visto. La comedia bordea el exceso del drama y el drama se difumina en las complejas, pero muy poco estudiadas, personalidades de los protagonistas. Para colmo de males, en todo momento se intuye una ampulosidad que no hacía falta para contar una historia que se suponía pequeña y modesta en sus pretensiones.