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Análisis | Comicios presidenciales en Colombia

Santos arrasa en las elecciones colombianas

Uribe es un líder con carisma, guste o no, y sus votos son sólo suyos. Santos es un político de salón, forma parte de la oligarquía colombiana y llega a la Presidencia aupado por los grandes poderes fácticos de Colombia.

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Beñat ZALDUA ARIZ

El autor analiza la victoria de Juan Manuel Santos en las presidenciales colombianas, destacando que su rival, Antanas Mockus, cometió errores de bulto en la campaña y que, pese a la contundencia de su triunfo, el nuevo presidente tiene una posición mucho más débil que la de su antecesor, Álvaro Uribe.

Contundente» y «arrolladora», fueron los adjetivos más utilizados ayer para describir el triunfo del candidato de la U, Juan Manuel Santos, en la segunda vuelta de las elecciones colombianas. Con el 69,05% de los electores a su favor y nueve millones de votos, el candidato de Uribe se convirtió en el presidente electo con mayor votación en la historia del país y dejó claro que más de dos tercios de los votantes colombianos siguen siendo uribistas y aprueban la doctrina de la seguridad democrática, que el país tendrá que padecer durante cuatro años más. Agradecido al actual presidente, Santos reconoció en las primeras frases del discurso que su victoria «es también el triunfo de Uribe».

Aunque después de la decepción de la primera vuelta nadie confiaba en que el candidato verde, Antanas Mockus, pudiese dar la sorpresa, los resultados del ex alcalde de Bogotá volvieron a defraudar, ya que con el 27,52% de los votos, apenas aumentó en cinco puntos los resultados de la primera vuelta, mientras que Santos subió 23 puntos. Los cálculos son sencillos: todos los votos de Cambio Radical, Partido Conservador y Partido Liberal fueron a las urnas santistas, mientras que Mockus apenas logró convencer a la mitad de los votantes del Polo para que votasen por lo que consideraron un mal menor.

Los votos en blanco y los votos nulos aumentaron considerablemente y juntos alcanzaron el 4,9% de los votos, resultado de la campaña del Polo. Igualmente, también creció la abstención, pero no tanto como se temía a primeras horas de la jornada electoral del domingo. Al final se quedó en el 55,52%, tres puntos más que en la primera vuelta. A falta de más puntos por interpretar, los analistas se aburrían ayer discutiendo si ese aumento de la abstención se debía a votantes del Polo perezosos que no quisieron votar en blanco, a los partidos del Mundial o a la lluvia que durante todo el día predominó en Bogotá y en gran parte del país.

Claves de la segunda vuelta

Después de los resultados de la primera vuelta, pocos dudaban de que Santos se convertiría en el próximo presidente, y los acontecimientos a lo largo de las últimas semanas no hicieron más que fortalecer esa impresión. Santos se mostró en todo momento como presidente y llamó a la unidad nacional, a la que poco tardaron en adherirse incondicionalmente Cambio Radical, el Partido Conservador y la mayoría de los liberales.

Mockus, sin embargo, prefirió la senda del llanero solitario: rechazó un acuerdo con el Polo y no hizo ninguna invitación para sumarse a sus filas a los liberales antiuribistas o a los militantes del Partido Radical descontentos con Uribe. Esta estrategia, que busca la consolidación del joven Partido Verde como fuerza en el panorama político, impidió a Mockus sumar nuevos votos.

Pero además, el desempeño de los dos candidatos fue muy desigual. Mockus no fue capaz de ejercer un liderazgo fuerte y sus constantes dudas terminaron por decidir a los indecisos a quedarse en casa. En una comparecencia previa a las elecciones, la jefa de prensa le tenía que recordar todo el tiempo al candidato verde que mirase a las cámaras y le tuvo que pasar varias notas para sacarlo de su ensimismamiento. En definitiva, no fue capaz de concretar sus propuestas y sembró dudas sobre su capacidad para ser presidente.

En la otra orilla, Santos se mostró seguro durante toda la segunda vuelta, mejoró notablemente su desempeño en los debates y realizó propuestas concretas ofreciendo cifras, aunque fuesen tan inverosímiles como la de crear tres millones de empleos en cuatro años. El candidato de la U se presentó también, y en todo momento, como el candidato de Uribe y de hecho, la votación de casi un 70% de los electores corresponde con el porcentaje de colombianos que apoyan a Uribe. Es decir, todos los votos de Santos fueron votos uribistas. Uribe no sólo no le hizo ascos a las menciones de Santos, sino que participó activamente en las elecciones, actuando en contra de lo que ordena la Constitución. Mediante intervenciones en radios comunitarias y en televisiones, Uribe advirtió una y otra vez sobre el peligro que corrían sus «huevitos» -seguridad, cohesión social y prosperidad- en el caso de que la Presidencia cayera en manos equivocadas, dejando claro quién era su candidato.

A esta intervención presidencial ilegal hay que sumarle una sutil campaña sucia en contra de Mockus orquestada por el polémico asesor venezolano J.J. Rendón. Entre otros rumores, se esparció con efectividad la idea de que con Mockus, los subsidios a las familias más pobres se acabarían, consiguiendo así la mayoría de votos de las más de tres millones de familias que se benefician de las ayudas de instituciones gubernamentales como Familias en Acción, el Sena o el Sisben. Mockus tuvo que firmar ante notario que no eliminaría dichas ayudas, pero el mal ya estaba hecho. Otra idea esparcida desde la campaña de Santos fue el ateísmo del candidato verde, lo que en un país católico a ultranza, también resta votos.

Santos no es Uribe

Pese a la identificación constante de la candidatura de Santos con la presidencia de Uribe, existen grandes diferencias entre ambos políticos. No son diferencias ideológicas, sino personales, que afectan al liderazgo. Uribe es un líder con carisma, guste o no, y sus votos son sólo suyos. Santos es un político de salón, forma parte de la oligarquía colombiana y llega a la Presidencia aupado por los grandes poderes fácticos de Colombia. Ahí es donde radica su mayor debilidad.

En 2002 Uribe llegó a la Presidencia en un momento de debilidad de los partidos liberal y conservador y de auge de la ofensiva guerrillera, después del fracaso de las conversaciones del Caguán con las FARC. Con una campaña en la que se recorrió el país de punta a punta prometiendo mano dura y criticando a la clase política tradicional -amenazó con cerrar el Congreso-, Uribe llegó a la Presidencia gracias a su popularidad. Los caciques y políticos tradicionales se cobijaron bajo el ala de Uribe para proteger sus intereses, a cambio de ofrecer gobernabilidad al nuevo presidente. La clave está en que fueron ellos quienes se acercaron a Uribe y no éste quien pidió su ayuda. De esta manera, cuando saltaron a la palestra escándalos como la yidispolítica -compra de una congresista para permitir la reelección- o la parapolítica, Uribe pudo desprenderse fácilmente del escándalo; sus votos eran suyos y mientras los escándalos no le salpicaran a él directamente, podía capear el temporal a pesar de las numerosas críticas. Con Santos será diferente.

El presidente electo intentó, al comienzo de la campaña electoral, imitar la campaña de Uribe en 2002, eliminando de sus lemas hasta su apellido, intimamente ligado con la oligarquía histórica de Colombia. El experimento no funcionó y ante el ascenso vertiginoso de Mockus en las encuestas, Juan Manuel tuvo que recuperar su apellido y echar mano de las grandes maquinarias políticas y los caciques regionales, muchas veces relacionados con la parapolítica u otros escándalos.

Ejemplos sobran. En Antioquia, el anfitrión de Santos fue el presidente de la Asamblea regional, César Pérez, condenado por corrupción y con una causa abierta por la masacre paramilitar de Segovia, donde fueron asesinadas 43 personas como castigo a la alta votación obtenida por la izquierdista Unión Patriótica en dicho municipio. En el departamento de Córdoba la campaña de la U fue orquestada por el clan Jattín, una de cuyos miembros, la ex congresista Zulema Jattín, se halla bajo investigación preliminar por un caso de parapolítica.

El ejemplo más reciente, que apenas se conoció el domingo, fue el caso de Buenaventura, ciudad portuaria del Pacífico, donde en la primera vuelta Mockus le sacó doce puntos a Santos. El senador por la ciudad, Juan Carlos Martínez, del Partido de Integración Nacional -estrechamente vinculado con fuerzas paramilitares-, atendió el llamado de Santos y en la segunda vuelta, el candidato vencedor le sacó trece puntos a Mockus en la ciudad.

Queda claro, por lo tanto, que Santos tiene bastantes favores por pagar y, de la misma manera, no podrá escurrir el bulto tan fácilmente cuando algún escándalo salpique a su Gobierno. Es por todo esto que el que fuera candidato del Polo a la presidencia, Gustavo Petro, predijo la semana pasada que el mandato de Santos será todavía peor que el de Uribe.

Sea como sea, no parece que Santos vaya a poner fin al laberinto colombiano, sino que ayudará a enmarañarlo todavía más. El «laboratorio de embrujos» colombiano, como definió el periodista y escritor Hernando Calvo Ospina a su país, sigue funcionando. Y es que, como recientemente confesaba una amiga colombiana: «¿Quién entiende este país? Israel mata a unos activistas y el mundo pide la dimisión del Gobierno israelí. En Colombia, las Fuerzas Armadas asesinan a 2.300 jóvenes inocentes para pasarlos por guerrilleros y los colombianos le pedimos al ministro de Defensa que sea presidente».

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