Carlos GIL

Dando pistas falsas, tejiendo un espacio donde la parodia se va convirtiendo en una de las claves, aunque en otros momentos se acerque al grotesco más eficaz, los cuatro intérpretes desarrollan una suerte de programa televisivo para elegir una miss, pero acabamos con una sorpresa, el objetivo de todo lo que presenciamos era muy diferente, pero mientras tanto nos han colocado un muestrario de evidencias de la baja calidad cultural con la que acostumbramos a resolver cuestiones de identidad.

Un juego, aparentemente un divertimento, que utiliza una premeditada y en ocasiones muy divertida, confusión de géneros, de nacionalidades, de roles. O sea un malabarismo emocional que lanza al aire y recoge ciertos tópicos para colocarse, sin ampulosidad en una postura de señalamiento, que no llega a la denuncia, pero que confiere a la propuesta un valor añadido, justo cuando el fondo y la forma se ensamblan sin colisiones o sin resquicios para la contradicción, ni la ambigüedad no conjurada. La puesta en escena vive en un controlado caos, en un suerte de acopio de situaciones descacharrantes, con unos personajes paradójicos en su supuesta representatividad, que mantienen su actitud de principio a fin, y en donde el equipo actoral muestra sus capacidades para el movimiento, el canto, el baile o la actuación, con una iluminación funcional. Parece un trabajo embrionario, se apuntan maneras, hay momentos muy logrados y actuaciones que sobresalen por su versatilidad. Trabajo refrescante, futurible, divertido.