Alrededor de hogueras y fogatas, miles de vascos dieron la bienvenida ayer a la estación más deseada del año con una fiesta cargada de magia e imaginación. La noche de San Juan es la más adecuada para pedir deseos de prosperidad, de ahí que nuestros antepasados reclamasen la fecundidad de la tierra cientos de años atrás.

Los ritos ancestrales son cada vez más populares, por lo que los deseos que prendieron en las hogueras de los pueblos y barrios de Euskal Herria poco tenían que ver con la opulencia de las cosechas. Maquetas que encarnaban cárceles, trenes de alta velocidad, juicios políticos o largas condenas hicieron de pira dando como resultado una combinación perfecta entre tradición y transformación.

Detrás de la estampa de esta pasada noche, así como de las centenares de fiestas que sacudirán en las próximas semanas toda la geografía vasca, existe una realidad oculta y desinteresada. Una forma de vivir, sentir y entender las fiestas que pone en jaque a los poderes públicos, porque incluso el honor de lanzar el chupinazo deja de ser un privilegio de la clase política y queda en manos de la ciudadanía, como ocurrirá el 6 de julio en Iruñea.

Barcina tendrá que ver además, las negras pancartas de las peñas recordándole en todo momento que lo que pide el pueblo son unas fiestas participativas y populares; la plaza de toros también estará más vacía de lo habitual por esta reivindicación el 11 de julio. La defensa de este modelo festivo ha llevado a zarauztarras de todas las edades a defender, con garras y con una inmensa imaginación, la ubicación de las txosnas de San Pelayo, logrando variar la obstinada decisión del Ayuntamiento. Y en Irun, como cada 30 de junio, centenares de mujeres desfilarán por su derecho de participar activamente en la fiesta.

El verano no ha hecho más que arrancar y éstos son sólo los entremeses de un plato festivo en el que el compromiso y la entrega desinteresada de los ciudadanos es un ingrediente imprescindible.