Antes solía verse el que un cineasta hiciera también televisión como algo negativo, pero son prejuicios hoy en día, afortunadamente, superados. No obstante, cada caso es cada caso, y el de Rodrigo García merece un estudio aparte. Además de participar en series de éxito como «Los soprano» y «A dos metros bajo tierra», ha impulsado personalmente otras muy alabadas por la crítica, y entre las que se encuentran «En terapia» y «Carnivàle».

Viendo su película «Madres e hijas», tuve la impresión de que la televisión ha ganado más con Rodrigo García que el cine. Él aporta a esas teleseries una calidad que dignifica el medio, aunque a la inversa lo que de televisivo hay en su cine ya no resulta tan enriquecedor.

En «Madres e hijas», se nota la influencia del culebrón televisivo, lo que en sí mismo no es ni malo ni bueno pero, que aplicado a una película que indaga en el tema de las adopciones, puede llegar a ser un punto perjudicial. Hay situaciones muy forzadas, siempre en busca de un efecto melodramático. Hay también elementos que sobran, como el segmento de la pareja afroamericana que quiere adoptar un recién nacido, viéndose sometida a las decisiones de la adolescente que espera el bebé, y que antes de entregárselo les somete a un duro y humillante exámen de capacitación como padres adoptivos.

La película sube enteros cuando se centra en el duelo estelar entre Annette Bening y Naomi Watts, en los roles respectivos de la mujer madura culpabilizada por el abandono de su bebé y la mujer joven e independiente marcada por la ausencia materna. Es más, lo que interesa de verdad es el espacio y el tiempo que las separa, y la posibilidad de un reencuentro que pueda redimirlas a ambas.