Les presentaron como uno de los más longevos grupos del jazz (activos desde 1990), lo que presupone un cierto grado de conjunción,pero, desde luego, no era su día. Salieron al escenario cada uno por su lado, yo diría que cabreados, y repitieron la fórmula de trabajos anteriores: latinizar a los grandes del jazz -Miles, Blakey, Monk, etc.- intercalando algunas composiciones propias. No en vano, González ha trabajado con Gillespie, Palmieri y el timbalero Manny Oquendo, entre otros

El esquema utilizado fue similar para todos los temas, muy largos y con la misma estructura, comenzando de una manera jazzística «ortodoxa» para, a continuación, pasar a un ritmo latino (o viceversa) cuando entraban en acción las congas de Jerry González. Era fácil distinguir la diferencia de estilos de sus componentes: Larry Willis (p), al igual que Joe Ford (as), proceden del jazz más académico mientras que Steve Berrios (dr) al igual que Andy González (b) son más latinos, más salseros. González se ha definido a sí mismo como «bilingüe: puedo tocar blues y puedo tocar la rumba».

El concierto tuvo pocos momentos a destacar. Así lo apreciaron los asistentes, que fueron mermando según avanzaba la noche. Las congas de JG y su friscornio abrieron la serie, pero era evidente el mal ambiente existente entre el grupo, y así pudimos ver unos solos de LW y JF sin alma, sin sentimiento. Hubo algunos momentos de interés cuando Joe Ford nos regaló un solo a lo Coltrane. O el diálogo que establecieron Berrios y González, que desgraciadamente fue muy corto. Su hermano Andy trató toda la noche de ser el nexo de unión de dos mundos que, en esta ocasión, no llegaron a fundirse en uno solo. Para ello utilizó un bajo eléctrico, que tocó sentado a consecuencia de una cojera ostensible y que probablemente influyó a la hora de desechar el acústico que utiliza habitualmente.

En una sola ocasión utilizó JG la trompeta y su sordina durante las dos horas de concierto y lo hizo para recrear a Miles Davis, una de sus influencias, al igual que Dizzy Gillespie. El friscornio se llevó todo el protagonismo, al que sacaba un sonido muy similar a la trompeta y era sólo reconocible en los tonos bajos más cálidos.

Ya en la recta final, Larry Willis demostró su capacidad con su aportación al penúltimo tema que tuvo reminiscencias del «Summertime» de Gershwin. El cierre constituyó un homenaje a Monk, con un tempo rapidísimo que abrieron la trompeta y el saxo de una manera convencional y que se latinizó a continuación, donde se apreciaron los contrastes entre la rítmica y el estilo más jazzístico en los solos de LW y JF. Resulta interesante comprobar la belleza que se consigue latinizando la música de Monk, aunque lo que nos ofrecieron JG y su Fort Apache Band no fue el mejor ejemplo. Si tienen interés en comprobarlo, consigan el «Rumba para Monk», de estos mismos Apaches.

Ya en la despedida, JG tuvo la deferencia de presentarnos a su banda y, una vez concluida la velada, todos sus componentes desaparecieron del escenario tal y como llegaron, cada uno por su lado. Desbandados.