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Antonio Alvarez-Solis Periodista

¿Qué hay detrás del nuevo optimismo?

Le llama poderosamente la atención a Álvarez-Solís el giro copernicano que, en las últimas semanas, han dado algunos de los principales actores internacionales en sus valoraciones sobre la economía española y la salud de sus cuentas públicas. «Del acoso abierto a un lenguaje afectuoso», ilustra. Y lo explica con claridad: tratan de evitar que se reproduzcan en España las respuestas de las clases trabajadoras que inundaron Grecia y que podrían contagiarse a otros estados.

En las tres o cuatro últimas semanas, las referencias internacionales a la economía española han girado 180 grados. Han pasado del acoso abierto, y aún amenazador, a un lenguaje afectuoso y en algunos casos hasta admirativo. Los alemanes han sido los primeros en desdecirse de sus pronósticos acres sobre España. La Sra. Merkel elogia los esfuerzos del Gobierno español por recortar el gasto público. Francia anima al Sr. Zapatero a proseguir unas reformas que están dictadas desde la más espesa confusión y sin que despejen horizonte alguno. Inglaterra contempla con esperanza las disposiciones del Sr. Zapatero por contener el inmenso déficit público español y el Banco Mundial se une a las alabanzas que han brotado mágicamente en un horizonte que contenía las más radicales denuncias y los peores augurios para la economía de España. El 14 de mayo, si la memoria no me es infiel, el Sr. Obama telefoneaba al Sr. Zapatero para advertirle de que no permitiría el desorden económico y fiscal español que podría acelerar la descomposición italiana, el crac portugués o el naufragio irlandés. Pero todo esto se ha cambiado por un sahumerio más o menos activo y visible, aunque el paro sigue desorbitado en España y su alabada Banca, ahora, sigue sin inyectar dinero en la economía real, limitándose a la captura de activos líquidos mediante la sorprendente adquisición de entidades bancarias e instituciones financieras en otros países con el fin de mantenerse de pie en el ámbito doméstico. Leer los periódicos, unidos por su parte a este cambio de trato, ilustra sobre lo que acabo de resumir, mientras el Banco de España sigue avisando, con mucha prudencia verbal, de que el mecanismo económico y financiero español está montado al aire como los ojos de las gambas.

¿Qué está motivando este cambio de consideración de la realidad que ha transitado desde la venta casi imposible, o abiertamente ruinosa, de la deuda española a una consideración benévola sobre el resultado nutricio de esa deuda? ¿Son realmente tan importantes las medidas correctoras adoptadas por el Sr. Zapatero? El mismo Gobierno de Madrid avisa que los plazos de recuperación serán largos y el ministro de Trabajo afirma que esas medidas no servirán para crear empleo, sino, simplemente, para evitar que siga destruyéndose al ritmo actual.

Insisto, ¿qué ha pasado en estas últimas semanas para que el barco inundado pase de la previsión de naufragio a una navegación de crucero casi turístico? Yo creo que ha pasado Grecia; que los cambios en la previsión procuran liberar a Europa de la batalla de los trabajadores griegos, que podría producirse también en España. Es más, tanto Berlín, como París o Londres, tratan de desactivar ese posible desorden español, que activaría muchos chips protestatarios europeos que pondrían patas arriba el proyecto americano de dominación interior de Occidente. Alemania, Francia e Inglaterra no pueden permitirse que en su ribera mediterránea las aguas se desborden hasta límites muy peligrosos. No es que los trabajadores españoles constituyan un modelo de autodefensa, pero la propuesta de una huelga general para septiembre u octubre puede convocar muchas adhesiones en otros países cuyas poblaciones sufren también la dureza de la catástrofe económica. UGT y CCOO quizá no puedan ya desvirtuar esa huelga convirtiéndola en un ruido más. La ciudadanía está sufriendo mucho. No se trata ya de contar de verdad los trabajadores en paro real, disimulado con tantos biombos, sino de la masa ingente de familias que no pueden alcanzar el final de cada mes con una modestísima satisfacción de sus necesidades. El paro real es monstruosamente alto. Súmese a la cifra sabida de parados los que no se cuentan por estar inscritos en curiosos cursos de formación, los que han dejado ya de acudir al INEM, los que se eliminan merced a ofertas laborales imposibles, a la multitud de jóvenes que aún no se relatan como carentes de trabajo porque están tan sólo a las puertas del mismo por razón de edad. Súmese esa masa de gente sin empleo a los ciudadanos que navegan en una patera dramática entre la escasez hiriente y la desesperanza ante un futuro que se convierte en patologías físicas y mentales, y la cifra final de la tragedia humana resulta aterradora.

Frente a este panorama, el Sistema abandona la autocrítica de sí mismo y decide revitalizar la situación mintiendo cifras y falsificando esperanzas. España se pudre, Grecia está destruida, Portugal se precipita en caída libre, Irlanda trata de recuperar la burbuja inmobiliaria, el Banco Central Europeo promete unos fondos que ya no puede detraer de una ciudadanía malamente sobreviviente. Los estímulos gubernamentales para sostener el consumo se han agotado sin pasar de cierto nivel -muy bajo- en la comercialización, pero no en la producción. Renacen los fenómenos especulativos con la negociación de fondos de inversión que juegan muchas veces a la baja. Repito: ¿y qué hacer frente a todo ello? Pues al menos cambiar la política informativa de periódicos, radios y televisiones, mayoritariamente obedientes a las consignas políticas que se distribuyen con el apoyo de amenazas financieras y destrucción de estructuras laborales. ¿No es eso lo que parece haber sucedido en el trascurso de estas últimas semanas? Porque ¿realmente qué han hecho los líderes políticos, en una abierta colusión de partidos, sino hablar de recortes y ahorros que son el corte casi risible de cien arroyos, en su mayor parte irrelevantes, frente al desbordamiento especulativo del gran río?

Ahora no puede ocultarse ya que estamos ante dos grandes sucesos históricos que demandan una nueva organización de la sociedad: la muerte de la economía de mercado como productora de toda una forma de vida y, con ello, la invalidación de una democracia que solamente pervive gracias a la fuerza armada o institucional. La pirámide de quienes tienen en sus manos la verdadera riqueza ha quedado incapacitada para admitir nuevos socios. Por el contrario, los está expulsando. De momento, lo que daba cimiento a la sociedad liberal, que era la clase media, ha desaparecido. En esa clase se apoyaba el gran consumo que permitía el crecimiento en mancha de aceite de la industria, la agricultura y los servicios. Esa clase ha sido proletarizada, con lo que sumerge aún más en la impotencia vital a los trabajadores que subyacían a ella. Esa clase media, que ahora trata de verse en ciertos medios aparenciales y epidérmicos, ya no existe, aunque procure conservar un cierto consumo que cada día se hace más difícil. Desde las alturas en que se refugia el dinero, convertido en la única mercancía válida y en el exclusivo poder que actúa sobre la realidad, y el suelo, donde reside la masa trabajadora desposeída de todo lo que se le había prometido o había conseguido con sangre, hay un vacío colosal que no puede ya llenarse con operaciones amañadas o con fingimientos verbales.

Las últimas semanas se ha orquestado una gran y cínica desvirtuación de la realidad a fin de fabricar una confianza que destruyen las horas con su paso amargo. Muchos estados están quebrados materialmente -el mismo Estado vive ya de la autofagia-, el dinero empieza a constituir una referencia sin sentido real por imposible para el hombre de la calle, las empresas tratan de perder peso mediante los despidos y todo se enreda en una madeja que únicamente tiene un cabo para desenredarse: la mixtificación informativa.

Y ahora repito la pregunta: ¿qué ha pasado en las últimas semanas para que personajes como Zapatero empiecen a recibir unas absurdas complacencias?

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