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Martin Garitano Periodista

De pecados

Recuerdo los tiempos en los que el mísero mortal vivía un tanto atormentado por la amenaza de una condena perpetua por el simple -y gozosamente frecuente- hecho de pecar.

Las calderas de Pedro Botero eran el destino eterno para todos nosotros, pecadores contumaces en sus diversas modalidades: pensamiento, palabra, obra u omisión.

Recuerdo también a quien lo llevaba mal. A buen seguro porque pecaba de todas las formas contraindicadas, lo que en aquellas edades se limitaba a pensamientos lúbricos sobre alguna presentadora de televisión, frenéticos tocamientos íntimos, decir tacos y obviar todo lo anterior en el confesionario. O sea: pensamiento, palabra, obra y omisión. Todo un catálogo del mal.

Afortunadamente, eran otros tiempos y ahora Munilla, Iceta y compañía asustan menos que Fofó cabreado.

Son otros los que han asumido ahora el papel de inquisidores. Otros los que juzgan los pecados, amenazan con penitencias e imponen severos castigos. Ya no asustan las sotanas, casullas, albas, solideos y mitras. Ahora los inquisidores visten trajes caros y han sustituido la silla gestatoria por el coche oficial, sufragados también con el dinero del pueblo.

Ahora son Rubalcaba, Rajoy, Ares, Basagoiti y demás patulea los que se erigen en amos y señores de vidas, haciendas y conciencias para condenar a los pecadores. Y el mayor de los pecados es apostar por la independencia vasca, optar por crear la República Vasca en el corazón de Europa en pleno siglo XXI. Pecado nefando, le decían antes.

Pero a éstos, como a los inquisidores, les mueve el miedo. El pánico al libre pensamiento, a la libertad de expresión, a la posibilidad de hacer realidad los ideales y a la opción de callar ante su Santo Oficio.

Por eso, porque temen, tratan de silenciar a los que no tienen reparos en proclamar sus convicciones independentistas. Por eso buscan a la desesperada bloquear su capacidad de acción y condenan sin piedad a quien no proclama su fe españolísima. Como hacía Tomás de Torquemada, otro español ilustre.

Les falta condenar el pensamiento, aunque lo intentan. Ahí se saben débiles, porque saben que del pensamiento nace la palabra. Y que idea y expresión son la palanca para iniciar la acción.

De la omisión, mejor no hablar. Ellos condenaban al GAL y al BVE. No omitían la condena. ¿Saben quiénes eran los jefes?

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