Hay quien, a pesar de las represalias, se empeña en poner un poco de color a este mundo gris. Y menos mal. Gris era la vida de una técnico de la Región de Aquitania que, tras ocho años de estudios superiores, descubrió no sin decepción que el mundo político y funcionarial puede llegar a ser no sólo tedioso sino también negligente y oscuro. Aburrida y escandalizada, decidió escribir secretamente una novela afilada que ha acabado haciendo sangre en las altas esferas bordelesas. A pesar del seudónimo, ha sido descubierta y por sus críticas a la administración se arriesga a dos años de inhabilitación de cargo público, un castigo que podría llegar a la exclusión definitiva.

Éste es el país de la libertad: uno no sólo puede ser un gandul y mantener una administración que le permita cobrar por ello, sino que además puede castigar a quien critique este sistema opaco pintado de azul, blanco y rojo.

No es de extrañar que ante este panorama desvaído, alguno reivindique la cuatricromía. Lo hizo hace unos meses un tipo que participó en un concurso de fotografía organizado por la Fnac de Niza. En la imagen, un hombre con los pantalones en los tobillos parece limpiarse el culo con la sacrosanta tricolor. En realidad no hace más que añadirle a la bandera el color que le falta, el de un país atravesado por miles de cloacas por las que circula el dinero en un único sentido, el del poder; pero a la derecha la imagen le ha escandalizado. Al fotógrafo le salvó el sentido artístico del juez. Pero a los dos empleados que organizaron el concurso y concedieron a la imagen el premio «Políticamente incorrecto» les acaban de mandar a la cola del paro. Por una cuatricromía de mierda.