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«La saga Crepúsculo: Eclipse»

 

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Mikel INSAUSTI

Antes los directores que hacían una película por dinero lo reconocían abiertamente, pero ahora encima van por ahí diciendo tonterías sobre su trabajo, como si realmente tuviera finalidad artística. David Slade prometía en sus declaraciones una tercera entrega de la saga «Crepúsculo» más oscura y con más acción. No sé a quien querrá engañar, ya que este filme de encargo supone el punto más bajo imaginable en la carrera de un cineasta que con su ópera prima «Hard Candy» encandiló hace cinco años a los aficionados al cine fantástico. La corriente oscura es una memez contagiosa que se han inventado los cineastas con nombre cada vez que firman con una franquicia millonaria, olvidándo que los géneros populares son otra cosa, y de que hay que hacerlos con dignidad y sin complejos. Para ponerme al día de esta saga, al no poder creerme que las anteriores fueran tan nulas como «Eclipse», me ví en t.v. la primera parte de Hardwicke, la cual demuestra que entiende mejor al público femenino adolescente en sus gustos básicos.

«Eclipse» se salva de la quema total gracias a la calidad visual del producto, debida a la irreal fotografía de Aguirresarobe. Él solo se las ingenia para crear una atmósfera onírica que saca de su ramplonería al demencial guión, que no da ni para un cómic de diez páginas. Si semejante insensatez consigue llenar los cines es porque se trata de un mero capítulo de transición dentro de una serie que cuenta con una legión de fieles seguidores, pese a que, por si mismo, carece de entidad propia. El mensaje no puede ser más conservador, pues con la excusa de que el vampiro está chapado a la antigua por su inmortalidad, no existe posibilidad de tener sexo antes del matrimonio. Está claro que los ultracristianos siguen dominando la industria del entretenimiento para jóvenes en los EEUU.