Crónica | Feria salinera
Los habitantes de Gesaltza recuperan su sal de la vida
Cuando el Sodio reacciona con un gas venenoso mortífero conocido como el Cloro, se convierte curiosamente en un alimento básico para la vida, que es el Cloruro Sódico, es decir, la sal. Éso es lo que durante siglos hicieron en Gesaltza, donde ahora tratan de recuperar su memoria y su historia. Ayer, celebraron su feria de la sal.
Joseba VIVANCO
``Salinas de Añana, 8ª maravilla del mundo'' reza el lema de una camiseta que sobresale por encima de la barriga de quien la viste. Porque hablar de Salinas de Añaña o Gesaltza es hablar de la historia de la sal. Sus manantiales de agua salada y la actividad salinera aparece documentada ya en el año 822, poco antes de que los árabes la ocuparan. Hoy, después de que aquella dedicación decayera hace ya medio siglo, esta localidad de apenas unos cientos de habitantes ha recuperado no su historia, sino su idiosincrasia. «Este valle, su recuperación, lo tienen todos como algo de ellos; de hecho, ellos lo han sudado», resume en una frase una de las guías de estas singulares salinas, Blanca Garaikoetxea, que acaba de explicar a un grupo de visitantes las cualidades del agua salada en la que en breve van a refrescar sus pies y manos.
Estamos en la Fiesta de la Sal, un escaparate más para proyectar el tesoro histórico que esconden estas terrazas y, aún más, el futuro esperanzador que las aguarda. Día soleado al suroeste alavés, donde los 30º fuera de la sombra se premian a quienes han optado por una visita al complejo salinero, con una ``inmersión'' en el agua del manantial Santa Engracia, convertido es una especie de ``spa salinero''.
Alberto Plata, responsable cultural de la Fundación Valle Salado, cifra en 6.000 las personas que el año pasado pasaron por aquí sólo para meter sus pies y manos en estas aguas saladas. Por un euro, cualquiera puede dedicarse media hora de relax. «Hay mucha gente que hace trekking por esta comarca y luego viene aquí a relajar los pies», apunta la guía.
Estas salinas llegaron a contar con unas 5.000 eras en los años sesenta y un millar de personas trabajando en ellas, antes de que el negocio decayera y no sólo se perdiera la elaboración de sal, sino toda aquella ``fábrica'' con siglos de historia. Hoy, está en pleno proceso de recuperación. «Estamos inmersos en muchos proyectos y todos a la vez», explica Alberto. Unas 300 eras han sido ya recuperadas y otras muchas seguirán el mismo camino. Las visitas guiadas, el singular ``spa'', son algunos de esos reclamos; el próximo y más inminente, la comercialización de la sal de Añana.
Hasta la fecha, sólo reputados cocineros con estrellas Michelin han tenido la oportunidad de probar esta sal. La respuesta ha sido positiva e, incluso, dos de ellos, Berasategi y Subijana, han apadrinado sus propias eras para tener su suministro asegurado. «Los análisis sensoriales que nos han hecho indican que es de las mejores sales del mundo», se enorgullece en subrayar Plata.
Tres serán los tipos de sal que saldrán a la venta. La normal, que se puede ver apilonada; la flor de sal, aquella con forma estrellada que cristaliza sobre el agua; y la exclusiva sal de chuzos. Alberto Plata nos conduce hasta la estructura bajo la zona de baño para mostrarnos las pequeñas estalacticas que cuelgan del techo. «Es curioso, pero son fruto de un error constructivo, donde el agua de la era se filtra y la sal va formando estas formaciones. Y, sin embargo, es la sal más cara, por la que están esperando cocineros y tiendas de delicatessen», explica. Sólo en China hay un complejo salinero donde ocurre el mismo proceso. «Tenemos una joya», insiste.
Sales también para el baño
Esta visita es uno de los atractivos de esta Feria de la Sal a la que cada vez va llegando más gente. El otro, en la céntrica plaza del casco viejo y sus calles aledañas. De entre los numerosos puestos de vino, miel, quesos, pastel vasco y demás, no podía faltar la venta de sal, aunque en este caso, para el baño.
Asier Perez de Karkamo, uno de los organizadores de esta cita, dispone los distintos envases mientras desvela su contenido. «Son sales relajantes. Las hay de lavanda, de naranja dulce, de rosa y romero. Y todas llevan la sal de aquí, aceites naturales y pétalos de agricultura ecológica... hasta el vidrio del envase en reciclado», detalla. «Una cucharadita en la bañera y listo», invita. Los precios, entre los 3 y 15 euros... y a relajarse.
Al otro lado de la plaza, mientras se termina se asar una txahala terreña de 154 kilos y las mujeres de la asociación local Sorginak empiezan a preparar el talo, la responsable del museo salinero de Leintz Gatzaga, Aitziber Gorosabel, suda mientras azuza el fuego con un pequeño fuelle. «San Juan sua», dice una pequeña. «Ez, hau da dorla», la corrije su madre. Así es, dorla, el depósito donde antaño se obtenía la sal en lugares como éste de Gipuzkoa. Hoy han preparado una, donde se va depositando sal muera, mientras el fuego calienta el agua hasta que comienza a cristalizar y aparecer la apreciada sal.
Salinas de Añana o Gesaltza bien merece una visita. Ayer fue un día propicio. Estos eventos o los muchos proyectos en marcha son un buen reclamo. Para sus habitantes, el resurgir de estas salinas es su sal de la vida.