La intervención de José Luis Rodríguez Zapatero ayer en el Debate sobre el Estado de la Nación española sirvió, sobre todo, para certificar la debilidad del Gobierno del PSOE y su rotundo fracaso en todos los frentes que se le han ido abriendo desde el comienzo de la crisis. El presidente ensayó un discurso de tono épico con el que pretendió despertar la adhesión colectiva a la defensa de un Estado español que -dijo- se enfrenta a un «momento trascendental» de su historia. Una apelación realizada desde la desesperación y que, seguramente, no consiguió convencer ni siquiera a su propia bancada. Zapatero no sólo ha conducido a su Gobierno al precipicio, sino que también ha colocado en el mismo borde al propio Estado, estructuralmente amenazado tanto exterior como interiormente.

La decisión del Tribunal Constitucional sobre el Estatut de Catalunya fue uno de los ejes centrales del debate. Y también aquí Zapatero quedó en evidencia al abonarse a la estrategia del despiste, en un intento rayano en lo patético por salvar los muebles y retener al PSC en la disciplina de partido. Así, se ofrecía a la Generalitat para tratar de recuperar de entre las brasas los restos de un Estatut calcinado por el Constitucional, pasando por alto lo que cientos de miles de gargantas reclamaron en la histórica manifestación del pasado sábado en Barcelona.