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José Steinsleger Escritor y periodista

Carta al padre

Sigo creyendo que la política presenta cuatro tipos de contrariedades: purismo, moralismo, oportunismo y catequismo. El purista ignora las propiedades del sol; el moralista vive de las ideas ajenas; el oportunista vela por sí mismo, y el catequista se siente libre de pecado

Padre querido: deseo que la vida te depare más de los años cumplidos por Nelson Mandela, conservándote en sabiduría, lucidez y en consonancia con las palabras del abuelo Martí: el sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz.

Una y otra vez he regresado a ti, en busca de orientación y consejo. No te seguía en todo, pero tus energías vigorizaban las mías. Discutíamos. Hasta no hace mucho, invocabas la doctrina que debía ser tomada como guía para la acción, y yo sostenía que tu genio de conductor supo dosificarla para guiar las heroicas acciones de tus hijos. Sigo creyendo que la política presenta cuatro tipos de contrariedades: purismo, moralismo, oportunismo y catequismo. El purista ignora las propiedades del sol; el moralista vive de las ideas ajenas; el oportunista vela por sí mismo, y el catequista se siente libre de pecado.

En tu reflexión del 18 de julio pasado, pronosticas que la última guerra de la prehistoria de nuestra especie sería inminente. Pitagóricamente, apuntas que el 99.9% de las personas conserva la esperanza de que un elemental sentido común prevalezca. ¿Sentido común?

Estoy anonadado. No dudo de las ignominiosas señales de la hora en el golfo arábigo-pérsico. Sólo me pregunto si habrás calibrado el impacto de tus palabras en el aturdido mundo que vivimos. Pues así como millones ponderan tu capacidad para el vaticinio, también andan prestando atención a las explicaciones seudocientíficas del Escatón, o culminación del tiempo en 2012, según el calendario maya.

¿Los mayas sabían que en 2012 habría elecciones decisivas en México? En el oráculo de Apolo, el rey griego Byzas leyó: Establece una ciudad al otro lado del país de los ciegos. La ciudad fue llamada Bizancio, que por su gran valor estratégico se decía que los que habitaban al frente deberían estar ciegos para no darse cuenta.

Siglos después, Constantino levantó allí la segunda Roma, Constantinopla, capital del imperio de Oriente que legalizó el cristianismo. Pero recordemos también que los bizantinos tenían el mal hábito de enronquecer discutiendo. Diatribas sin sentido para el común de las personas, y asuntos imposibles de resolver porque inútil era probarlos.

Que Jesucristo era Dios e hijo de Dios. Que no: enviado de Dios. Que no: que sólo se debía reconocer al Espíritu Santo. Que no: que Cristo portaba dos naturalezas. Siglos de infinitas, de infinitas discusiones bizantinas, en las que llegaron a participar las verduleras del mercado, cuando al grito de ¡se armó la de Dios es Cristo!, arrojaban sus coles a monosifistas y atanasianos, arrianos y nestorianos.

En 1453, Constantinopla fue cercada por los turcos. El emperador pidió ayuda militar, pero ningún aliado sabía cómo canalizar la ayuda. Tras la toma de la ciudad que luego se llamaría Estambul, se dice que los turcos entraron en el palacio imperial y sorprendieron al emperador y sus teólogos discutiendo, sin inmutarse, sobre teoremas religiosos, mientras el enemigo les arrebataba todo lo suyo.

¿A qué iba?... ¡Ah! Iba a que nada de lo que acontece en el mundo es casual, y que tu reflexión se cruzó con algunos párrafos señalados en el libro El arte de la inteligencia (The craft of intelligence, 1963), de Allen W. Dulles, a quien bien conoces, por haber estudiado minuciosamente tus pasos cuando estuvo al frente de la CIA (1953-61).

Con la tenacidad de los de su raza para perfeccionar los mecanismos de la opresión y el sufrimiento, Dulles vaticinó los grandes lineamientos de la dominación imperial, que personajes como Henry Kissinger impulsaron en los decenios venideros. Escribió:

«En la dirección del Estado (de los estados) crearemos el caos y la confusión. De una manera imperceptible, pero activa y constante, propiciaremos el despotismo de los funcionarios, el soborno, la corrupción, la falta de principios...».

«La honradez y la honestidad serán ridiculizadas como innecesarias, y convertidas en un vestigio del pasado. El descaro, la insolencia, el engaño y la mentira, el alcoholismo, la drogadicción, el miedo irracional entre semejantes, la traición, el nacionalismo, la enemistad entre los pueblos...».

«Sólo unos pocos acertarán a sospechar e incluso comprender lo que realmente sucede. Pero a esa gente la situaremos en una posición de indefensión, ridiculizándolos, encontrando la manera de calumniarlos y señalarlos como desechos de la sociedad...». «Haremos parecer chabacanos los fundamentos de la moralidad, destruyéndolos. Nuestra principal apuesta será la juventud. La corromperemos, desmoralizaremos, pervertiremos...».

Hasta aquí, mis reflexiones a las tuyas. Mis propias reflexiones, padre. Ni tú ni yo somos creyentes. Pero en tanto la humanidad no consiga sacudirse de las tribulaciones de la fe y de la intoxicación informativa, habrá que permanecer junto con ella, y ayudar en lo que se pueda ayudar.

@ La Jornada

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