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Anjel Ordóñez Periodista

A San Islero confío mi ánima

Es tiempo de verano, tiempo de tormentas. Ésas que nos hacen acordarnos de una Santa Bárbara, por lo demás, condenada al ostracismo el resto del año. Algunos se acuerdan de Santiago (¡y cierra España!), y van a ponerle cirios -o lo que sea que se le brinda al santo gallego universal-, para que la unidad de desatino, ese invento del maligno, esa extremidad incorrupta, logre pasar un verano más sin convertirse en polvo. Algo sospechan y se tientan la ropa. Es tiempo de verano, de calores y bochornos. Y sin embargo, en vez de pegarse por los sudores, no les llega la camisa al cuerpo. Por eso ya ruegan a los santos y a los apóstoles y pronto, cuando no les funcione, comenzarán los ritos satánicos y la adoración al diablo. Digo yo. Y los exorcismos. Al tiempo. Hay mucho poseído por ahí queriendo aguarles la fiesta, joderles el chollo, desmontarles la patraña y hundirles el negocio. Y, a lo que se ve, empiezan a desesperarse.

La cosa va en serio. A juzgar por la reacción de la prensa cavernaria, la prohibición de las corridas de toros en Catalunya ha sido una suerte de declaración de independencia encubierta, una pérfida secesión cultural en toda regla, una unánime desafección hacia las sagradas esencias de lo español, un insulto al espíritu nacional, una profunda traición a los valores más sacrosantos de la patria. Un acierto, vamos. Y si no me creo, como dicen en «El Mundo», que la decisión sea «un capítulo de la estrategia antiespañolista catalana», sí estoy convencido de que es la demostración palmaria de que los tiempos, aunque han tardado de narices, están cambiando.

Dicen quienes la defienden, que la tauromaquia es tan antigua como el hombre. No es mucho decir. Una cosa es que en la Edad de Bronce matar a un toro culminase el ritual de madurez con el que un niño pasaba a ser un hombre y otra, pasados miles de años, que el espectáculo sangriento que se representa cada verano en esos anacrónicos ruedos de tortura sea cultura y, en el colmo de la desfachatez, arte. Ya ven ustedes, mientras unos rezan a Santiago, otros nos encomendamos a San Islero, patrón involuntario de los nuevos tiempos.

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