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Maite SOROA | msoroa@gara .net

Ya se han subido por las paredes

Al final los diputados catalanes votaron en favor de la prohibición de las corridas de toros y ayer el asunto copó las páginas de opinión de la prensa hispana. ¡Y qué cosas se escribieron!

Ignacio Camacho, en «Abc», lo tenía más que claro: «El veto a la fiesta, con su carácter impositivo, con su rango de solemnidad política, constituye un acto explícito de afirmación soberanista. Es una vara de castigo clavada en el morro de un toro simbólico llamado España». Sus compañeros de página iban por los mismos derroteros.

Manuel Martín Ferrand, en el mismo medio, insistía: «Lo aprobado ayer en el Parlamento de Cataluña, la supresión de las corridas de toros en todo el territorio catalán, es algo distinto del antitaurinismo clásico. Es, como ya apuntaba en esta columna el pasado domingo, el afán diferencial que, por encima del separatismo, ilumina al nacionalismo del lugar».

El protofachón de Hermann Terstch, también en la cabecera madrileña del Grupo Vocento, despuntaba en plan faltón: «Está claro que la vida animal ideal de nuestros héroes de ayer es del burro peludo o del cerdo estabulado, engordado a la carrera con pienso e inyección para la matanza y cosecha de butifarra». Eso, querido, es harina de otro costal.

Edurne Uriarte condensaba toda su ira taurófila (tal vez sólo sea hispanófila) en una frase contundente: «El debate democrático está cada día más enfermo en Cataluña».

El editorialista de «El País» pretendía darle un tono más comedido a su reflexión escrita pero, al final, le salía el pelo de la dehesa: «Combatir la silueta del toro sustituyéndola por la de un burro era hasta ahora una gracieta».

Pero para melonada-melonada, la de Fernando Savater, también en «El País»: «Tratar bien a un toro de lidia consiste precisamente en lidiarlo. No hace falta insistir en que, comparada con la existencia de muchos animales de nuestras granjas o nuestros laboratorios, la vida de los toros es principesca. Y su muerte luchando en la plaza no desmiente ese privilegio, lo mismo que seguimos considerando en conjunto afortunado a un millonario que tras sesenta o setenta años a cuerpo de rey pasa su último mes padeciendo en la UCI». ¿Eso es todo lo que se le ocurre al «filósofo»?

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